Incertidumbre

abril 14, 2018

“¿Qué vas a hacer cuando termines?”

No recuerdo cuántas veces escuché esa pregunta durante el tiempo en que me dedicaba a realizar mi preparación como científico, pero fueron muchas. La parte de la pregunta que más me confundía era el “cuando termines”. ¿Cuando termine qué?, me preguntaba internamente.

En la mayoría de los casos quien preguntaba se refería a “estudiar” y quería saber en qué iba a “trabajar”. Yo no entendía. Me encontraba realizando el doctorado, que consiste en el entrenamiento formal para hacer investigación científica, y para mí eso precisamente era mi trabajo en ese momento. Posteriormente, aunque no sabía con certeza ni dónde ni cuándo, yo sobreentendía que mi labor continuaría en el ámbito académico, incorporándome a alguna universidad o centro de investigación, pero que determinar dónde y cuándo no era algo que pudiera – ni debiera – hacer mientras no conseguía aún el mínimo de formación para luego participar en alguna convocatoria y poder tener un primer empleo formal (temporal) como postdoc y eventualmente una posición permanente en alguna universidad. Así era donde yo me encontraba en ese momento y, como es un sistema exitoso, pensé que así (o algo muy similar) sucedía en la mayoría de los lugares. De hecho, era común que las personas que tenían problemas para luego conseguir avanzar en ese esquema (y que eran exitosas en términos de su nivel, no me refiero a quienes tenían un desempeño mediano o bajo), eran normalmente quienes tenían o imponían restricciones en sus intereses: querer encontrar trabajo en una región particular del mundo, en una universidad en específico, o en cierto tipo de universidad.

Poco tiempo después, debido a que me interesé en regresar a México, empecé a conocer el sistema que imperaba en nuestras universidades (con algunos de sus ingredientes aún presentes en este momento). El sistema existente era – naturalmente – el producto de una serie de factores relacionados al origen de las universidades, las leyes de trabajo y los famosísimos “usos y costumbres”. Algunos de esos factores ayudaron al desarrollo de las instituciones y lograron que pequeñas escuelas originalmente encargadas de solo generar profesionistas en algunas áreas clave, con el tiempo se fueran sofisticando y convirtiendo en verdaderas instituciones universitarias. Sin embargo, algunos otros factores, con tintes de tradición y quizás un poco de confort, atentaban contra el crecimiento y la calidad de las mismas. Uno de los más importantes consistía en la habilitación (y definición) de docentes universitarios.

Durante muchos años, el camino “típico” que seguía una persona en el ambiente universitario consistía en terminar sus estudios de nivel licenciatura e intentar “dar unas clases” o “unas horas” en el mismo programa del cual se había graduado. Esto se fundamenta desde la perspectiva de que alguien que haya culminado una carrera podría estar en condiciones de “enseñar” lo que aprendió a las personas que vienen atrás. Esto tiene lógica, y en efecto funcionó durante mucho tiempo, sin embargo, conforme las instituciones fueron creciendo y madurando al punto de empezar ellas mismas a ser generadoras de conocimiento y por lo tanto universidades en el contexto moderno, se vio la necesidad de que las personas se prepararan a niveles más altos y obtuvieran las habilidades para una docencia más sofisticada y para producir conocimiento.

Ahora era necesario prepararse más. Para quienes se encontraban con familiaridad en el esquema anterior, esto significaba intentar “agarrar unas horas”, para luego “seguir estudiando”. Así, muchas personas conseguían un empleo en las universidades y luego continuaban con su formación. De alguna manera primero se “aseguraban” de tener un empleo, y luego se preparaban. Existe de todo en este esquema, pero algo que sucede con bastante frecuencia es que los posgrados realizados bajo este esquema no “rinden igual”. De manera sucinta y sin mucho rodeo: si en un doctorado no se dedica el 100% del tiempo, probablemente no es muy bueno.

Cuando empieza a surgir el fenómeno de que existen personas que deciden primero formarse y luego buscar la oportunidad en una universidad, se empieza a generar un poco de confusión al interior de nuestras instituciones. De repente, personas que nunca estuvieron asociadas a una universidad, participan en convocatorias de plazas y llegan ya formadas con el más alto nivel (que en otros lugares es el mínimo necesario para poder ingresar a las universidades). Durante su preparación, aún cuando pudieron haber tenido la intención de trabajar en algún lugar específico, no sabían dónde exactamente encontrarían un trabajo permanente. Para quienes esperaban adquirir una plaza por haber seguido el camino “viejo” y simplemente tener antigüedad, les sorprendía que alguien de repente llegara “sin haber hecho nada” y ganado el concurso. Claro que era difícil entender que no era verdad que no había “hecho nada” sino que había hecho mucho, mucho más de lo que pudiera imaginarse, solo que no lo había hecho en ese lugar. Este tipo de confusiones, aunados a veces al confort, la resistencia al cambio, y muchas veces a mediocridad, han generado toda una serie de interesantes anécdotas a lo largo de las últimas décadas y a lo largo y ancho del país. Ojalá alguien que lea esto y quiera compartir su experiencia lo haga en los comentarios.

Muchas de estas anécdotas resultan ser difíciles para quienes se forman bien primero, y luego intentan conseguir un trabajo. Y aún así, para quienes se forman y compiten en sistemas abiertos, esta situación de no estar – ni intentar estar – vinculado a una institución cuando aún no se tiene la formación, que seguramente se puede describir como de incertidumbre, es la cosa más normal, es más, es un ingrediente esencial para que el proceso de crecimiento y desarrollo universitario pueda ser limpio y transparente.


Ruido

abril 12, 2018

Vivimos inmersos en una capa de aire conformada prácticamente por nitrógeno y oxígeno (mucho más nitrógeno) llamada atmósfera o “aire” que permea todo nuestro alrededor. Cuando “tronamos los dedos” generamos una deformación en esa capa – la “pellizcamos” – que se transmite a través de una “onda sonora”. Al propagarse “la onda” llega al interior de nuestros oídos y hace vibrar al tímpano, lo que produce señales eléctricas que el cerebro procesa e identifica con el “sonido”. Si no hubiese aire no escucharíamos nada.

El “aire” está constantemente siendo perturbado de muchas maneras: pájaros volando, perros ladrando, coches viajado, ventiladores girando, etc. Todos esos sonidos se juntan y producen un “ruido de fondo” que nuestro cerebro “cancela” (no interpreta) y eso permite que, cuando nos hable una persona y nos lleguen las vibraciones producidas por sus cuerdas vocales, logremos identificar las palabras sin confundirlas con todos los “ruidos” adicionales. Es una habilidad muy interesante y fantástica de nuestro cerebro. Claro que funciona siempre y cuando la intensidad del sonido que nos interesa sea mayor que la del ruido. Una cosa es que el cerebro pueda dejar de interpretar las fuentes que conforman el ruido y otra es que pueda “escuchar” un sonido muy tenue en medio de una algarabía.

Existen otro tipo de perturbaciones u ondas que no tienen que ver con el sonido. Unas familiares son las que se generan en un lago cuando lanzamos una piedra. Hay otras muy cotidianas que llevan el nombre de “ondas electromagnéticas” que están asociadas a los campos magnéticos y eléctricos que existen en la naturaleza. Son tan comunes que vemos gracias a ellas: la luz es una onda electromagnética.

Al entenderlas, hemos sido capaces de utilizarlas en un sin fin de maneras. Una es a través de las telecomunicaciones, desde la invención de la radio y la televisión, hasta los dispositivos actuales. Todos los sistemas de comunicación con ondas electromagnéticas requieren de receptores (antenas) que logren transferirlas a señales eléctricas que luego aparatos electrónicos y/o electromecánicos traduzcan en sonidos e imágenes. Al igual que con las ondas de sonido, existen un sinnúmero de ondas electromagnéticas a nuestro alrededor y los dispositivos electrónicos deben ser capaces de distinguir el “ruido” de la señal verdadera que nos interesa.

Un área de desarrollo tecnológico importante es la asociada a “reducir el ruido” en los dispositivos para poder detectar señales cada vez más débiles. En el actualidad existen dispositivos con una capacidad asombrosa de reducción de ruido, sin embargo, cuando nos preguntamos si se puede llegar a reducir el ruido por completo, chocamos con un límite que nos dice que hay un ruido mínimo imposible de controlar (tiene que ver con el movimiento intrínseco de las partículas que componen los dispositivos). A ese ruido se le conoce como ”ruido cuántico” y vencerlo, es decir, tratar de llegar lo más cerca de él, es la motivación de varias áreas de estudio. Entre más nos podamos acercarnos a “solo” tener ese ruido, nuestra tecnología podrá ser más rápida y más pequeña.

El adjetivo “cuántico” a veces genera estupefacción y misterio, ya que mucha charlatanería utiliza ese adjetivo para sonar “sexy”.  Hace poco más de un mes, junto con mis colegas Ricardo Sáenz y César Terrero, iniciamos un programa de radio para discutir sobre las locuras que a veces navegan por los medios y redes sociales  con la intención de poner un poco de orden. No lo lograremos, pero nos estamos divirtiendo de lo lindo. Les invito a que nos escuchen a través de las ondas sonoras generadas en las bocinas de sus dispositivos, que recibieron las ondas electromagnéticas emitidas por las antenas de Universo 94.4FM, en “El ruido cuántico de la radio”, todos los jueves a las 20:00 horas (menos en vacaciones).


Lo mismo de siempre

abril 11, 2018

Hemos estado llevando a cabo varias actividades para promocionar la ciencia en jóvenes colimenses. Talleres, concursos, charlas, las actividades formales del Instituto Heisenberg, visitas a bachilleratos, etc. Nuestra intención principal es tratar de aportar nuestro granito de arena para intentar contribuir a resolver un par de problemas muy severos en la educación superior de nuestro país. Estos problemas consisten en que, aun cuando cada vez hay más personas estudiando, la matrícula no se diversifica. La gran mayoría de jóvenes (y sus familias) quiere estudiar las carreras “tradicionales” que conocen y consideran buenas, aun cuando desde hace bastante tiempo ya no cuentan con suficiente empleabilidad ni esperanza económica (que además es uno de los supuestos factores que toman en cuenta, obviamente de manera errónea), y el otro que consiste en que tenemos un inmenso y abrumador déficit de personas altamente capacitadas en áreas técnicas y científicas. Esto es importante ya que tiene una consecuencia inmediata en el desarrollo social y económico del país. Sí, social también.

Queremos acercar jóvenes con aptitudes e intereses científicos a la oportunidad de dedicarse a la ciencia. Jóvenes que, de alguna manera, sienten una atracción por el conocimiento y la naturaleza, pero que quizá no han contemplado una vida dentro de la ciencia, ya sea por no saber cómo es el quehacer científico, o peor aún, por tener una idea equivocada de lo que es. Recuerdo, por ejemplo, cuando era estudiante de bachillerato (ya llovió) que ni idea tenía de que era posible estudiar una carrera científica, mucho menos sabía en qué consistía una vida como científico. No conocía a nadie que se dedicara a eso; me parecía algo totalmente ajeno a mi entorno y a mi vida. Cuando pensaba en un científico, me imaginaba personas (hombres) superdotadas y únicamente de países extremadamente avanzados. Nada que ver.

Y no sólo es importante mostrar esas oportunidades a nuestra juventud, es indispensable también informar y enamorar a las madres y padres de familia. No se imaginan (bueno, sí) la clase de miradas, contorsiones faciales, señas, espasmos y palpitaciones que sufren y manifiestan muchas de nuestras madres y padres cuando escuchan a una de sus hijas decir “Mamá, papá, me gustaría ser astrónoma”, o “Papá, quiero ser matemática”.

Nos ha tocado escuchar todo tipo de respuestas y preocupaciones por parte de las familias que se han visto “afectadas” por tan terrible situación. Claro que después de explicarles que en realidad son familias afortunadas de tener una hija que quiera dedicarse a una de las carreras más importantes, útiles y necesarias para el futuro del país, les cambia la mirada y se sienten un poco mejor. Obvio que no todos aceptan con la misma gracia que, por ejemplo, para poder convertirse en científicas será bastante probable (y de hecho recomendable) que, durante su formación, la cual involucra no solo una carrera universitaria (léase licenciatura), sino un doctorado, tengan que irse a vivir a otro lugar, posiblemente otro país. Para algunas madres y padres de familia eso les quita la fortuna. Pero aparte de esto, sí es posible mostrarles que de hecho deben sentirse inmensamente orgullosos y apoyar la decisión de sus hijas.

¿Dónde trabaja un científico? ¿De qué vive una investigadora? ¿Qué hacen los matemáticos? Si las maestras y maestros que nos dan clases de matemáticas no son matemáticos, entonces ¿qué es un matemático? Si te gustaría indagar la respuesta a estas y otras preguntas relacionadas, entonces te invitamos a que te acerques a la facultad de ciencias y a las actividades de difusión que realizamos.

 


En el frente de guerra

abril 9, 2018

Respetamos y cuidamos lo que admiramos. A veces también lo que entendemos y, ¿por qué no?, lo que nos hace sentir bien.

Uno esperaría, quizás ingenuamente, que el arte y la ciencia fuesen apreciadas, respetadas, promovidas y admiradas por la mayoría de las personas. Al menos yo eso espero de una civilización en la que una parte considerable de la población recibe una educación básica a nivel medio superior (como sucede en la actualidad, que aún con muchas personas sin oportunidad de estudiar, en términos históricos vivimos el momento en que más personas tenemos esa oportunidad).  Es decir, para mí (ingenuo), el objetivo fundamental de la educación consiste en lograr la incorporación de un entendimiento (y por ende apreciación) general de lo realizado por el ser humano, que es lo que define la realidad social y el contexto en el que vivimos, incluyendo de manera prioritaria las bases que dan sustento y sostienen ese entendimiento, así como los elementos básicos que permitan su modificación, extensión y posible utilización. El compartir la riqueza cultural generada por el ser humano en su intento por explorarse a sí mismo y a su entorno, que además define lo que somos como sociedad y que permite a los “que vienen” no solo a contribuir a su cambio y futura exploración sino también, de manera pragmática y concreta, a integrarse productivamente al desarrollo minucioso del día a día (entiéndase el sector productivo en general).

Si esta expectativa fuese correcta podríamos concluir que estamos ante un fuerte fracaso en la educación.

No puedo en este momento abarcar demasiado sobre la problemática, quizás casi nada, así que me enfocaré en algo muy concreto. Me disculpo de antemano porque será insuficiente y no servirá de mucho. A mí me sirve un poco, casi como un pequeño berrinche o una manifestación de angustia que necesito emitir. Voy a insistir en la idea sobre la finalidad de la educación expresada arriba. Tomándola como verdadera, y enfocando a nivel medio superior, lo primero que deduzco es la increíble importancia del papel que juegan quienes enseñan. No puedo exagerar – en mi visión – la importancia del rol que juegan las personas que tienen esa responsabilidad. En el contexto de la ciencia (otra vez, muy particular) son esas personas quienes representan nuestra esperanza; ellas son quienes están en el frente de guerra contra la pseudociencia, el fraude y la irresponsabilidad. Son quienes cargan con la inmensa responsabilidad de que la sociedad, en su conjunto, comprenda el esquema general de las cosas en el contexto actual (no poca cosa). Es ahí donde – independientemente de las disciplinas a las que nos dediquemos posteriormente – aprendemos sobre nuestro mundo y nuestro impacto como civilización. Es donde deberíamos terminar enamorados del ser humano. Sin embargo, entre las prisas y los problemas de momento, por cierto muchos de ellos originados precisamente por falta de una educación sólida y robusta (bella, agradable, encantadora, accesible), los esquemas actuales han puesto a la figura del docente en el peldaño más bajo, casi insignificante. Es un error garrafal y espero que pronto, mucho más de lo que me temo sucederá, rectifiquemos ese camino.

Desde hace ya algo de tiempo, en nuestro país (no solo, desgraciadamente), el frente de guerra está desvalido. Necesita una reestructuración impresionante que vaya desde las condiciones laborales hasta las de conocimiento disciplinar, que desemboque en una dignificación social de la profesión. En la actualidad pareciera simplemente aceptarse que quien enseña no sabe hacerlo, carece de conocimientos y sirve solo para llenar formatos utilizados para “sustentar” programas y proyectos diseñados por personas que simulan seguir procesos de investigación y/o para mejorar indicadores “a la fuerza”. Las consecuencias ya se sienten.

 


Especial

febrero 26, 2018

¿Qué tan especial te sientes el día de hoy?

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Nos sentimos especiales. Desde las primeras ideas que tuvimos para tratar de explicar nuestro entorno, siempre, de manera natural, inmediata, nos hemos puesto en el centro. Es una cuestión automática, no lo hacemos de maneara consciente. Tomó mucho tiempo, y varios “muertitos”, para que aceptáramos que nuestro planeta no era el centro del universo y que, en realidad, gira alrededor del Sol. Sin embargo, cuando se propuso esa idea, que efectivamente trastocó todos los paradigmas anteriores (todos, incluyendo los políticos, sociales y religiosos, no solo los filosóficos y científicos), se cayó en el mismo “error” de manera automática. Se supuso, sin mucha necesidad de cuestionamiento, que el Sol sería el centro del universo. Si no somos nosotros, ¡sí es “nuestro” Sol! Y pues no, ni la galaxia, ni el grupo local de galaxias, ni el cúmulo de galaxias, ni el super-cúmulo, …

Es maravilloso, somos muy egocéntricos. Yo creo (no…

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En el frente de guerra

febrero 19, 2018

Respetamos y cuidamos lo que admiramos. A veces también lo que entendemos y, ¿por qué no?, lo que nos hace sentir bien.

Uno esperaría, quizás ingenuamente, que el arte y la ciencia fuesen apreciadas, respetadas, promovidas y admiradas por la mayoría de las personas. Al menos yo eso espero de una civilización en la que una parte considerable de la población recibe una educación básica a nivel medio superior (como sucede en la actualidad, que aún con muchas personas sin oportunidad de estudiar, en términos históricos vivimos el momento en que más personas tenemos esa oportunidad).  Es decir, para mí (ingenuo), el objetivo fundamental de la educación consiste en lograr la incorporación de un entendimiento (y por ende apreciación) general de lo realizado por el ser humano, que es lo que define la realidad social y el contexto en el que vivimos, incluyendo de manera prioritaria las bases que dan sustento y sostienen ese entendimiento, así como los elementos básicos que permitan su modificación, extensión y posible utilización. El compartir la riqueza cultural generada por el ser humano en su intento por explorarse a sí mismo y a su entorno, que además define lo que somos como sociedad y que permite a los “que vienen” no solo a contribuir a su cambio y futura exploración sino también, de manera pragmática y concreta, a integrarse productivamente al desarrollo minucioso del día a día (entiéndase el sector productivo en general).

Si esta expectativa fuese correcta podríamos concluir que estamos ante un fuerte fracaso en la educación.

No puedo en este momento abarcar demasiado sobre la problemática, quizás casi nada, así que me enfocaré en algo muy concreto. Me disculpo de antemano porque será insuficiente y no servirá de mucho. A mí me sirve un poco, casi como un pequeño berrinche o una manifestación de angustia que necesito emitir. Voy a insistir en la idea sobre la finalidad de la educación expresada arriba. Tomándola como verdadera, y enfocando a nivel medio superior, lo primero que deduzco es la increíble importancia del papel que juegan quienes enseñan. No puedo exagerar – en mi visión – la importancia del rol que juegan las personas que tienen esa responsabilidad. En el contexto de la ciencia (otra vez, muy particular) son esas personas quienes representan nuestra esperanza; ellas son quienes están en el frente de guerra contra la pseudociencia, el fraude y la irresponsabilidad. Son quienes cargan con la inmensa responsabilidad de que la sociedad, en su conjunto, comprenda el esquema general de las cosas en el contexto actual (no poca cosa). Es ahí donde – independientemente de las disciplinas a las que nos dediquemos posteriormente – aprendemos sobre nuestro mundo y nuestro impacto como civilización. Es donde deberíamos terminar enamorados del ser humano. Sin embargo, entre las prisas y los problemas de momento, por cierto muchos de ellos originados precisamente por falta de una educación sólida y robusta (bella, agradable, encantadora, accesible), los esquemas actuales han puesto a la figura del docente en el peldaño más bajo, casi insignificante. Es un error garrafal y espero que pronto, mucho más de lo que me temo sucederá, rectifiquemos ese camino.

Desde hace ya algo de tiempo, en nuestro país (no solo, desgraciadamente), el frente de guerra está desvalido. Necesita una reestructuración impresionante que vaya desde las condiciones laborales hasta las de conocimiento disciplinar, que desemboque en una dignificación social de la profesión. En la actualidad pareciera simplemente aceptarse que quien enseña no sabe hacerlo, carece de conocimientos y sirve solo para llenar formatos utilizados para “sustentar” programas y proyectos diseñados por personas que simulan seguir procesos de investigación y/o para mejorar indicadores “a la fuerza”. Las consecuencias ya se sienten.

 

Agradezco sus comentarios …


Las grandes ausentes

febrero 7, 2018

A propósito de esta bella temporada…

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Si hay algo que podemos considerar estrictamente humano tienen que ser el arte y la ciencia. Es más, yo añadiría que son lo único verdaderamente valioso que hemos creado los seres humanos. Es triste que a pesar de contar con excelentes representantes y enamorados, ambas han estado relegadas por muchos años en nuestro país.

No es sorpresa, por tanto, que ambas han estado prácticamente ausentes también en los discursos y propuestas que nos inundan estos días. Quizá solamente han sido mencionadas en el contexto general de lo que llaman, a veces superficialmente, educación. Las actividades más hermosas, trascendentes y útiles que tiene la humanidad han sido, hasta el momento, las grandes ausentes.

Se lanzan palabras y conceptos maravillosos como innovación, desarrollo, crecimiento, transferencia, tecnología, y muchas más. Todas ellas importantes y necesarias dentro de un esquema general bien organizado y sustentado. El problema que a veces me parece percibir es…

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Bombardeo

enero 29, 2018

Nuestro planeta está siendo bombardeado por meteoros. Muchos llegan a la superficie convirtiéndose en meteoritos. Nos damos cuenta porque la gran mayoría son pequeños, suceden en los océanos y alejados de zonas pobladas. Esto no es extraño ya que nuestro planeta tiene la mayor parte de su superficie cubierta por agua y por ende es mucho más probable que caigan ahí. La mayoría de las veces caen y pasan desapercibidos aunque a veces sí afectan y pueden causarnos daño. Sin embargo, aunque serios, los daños que genera un evento de este tipo son insignificantes comparados con los que podría generar la colisión de un meteorito grande (un asteroide, por ejemplo): un asteroide con tamaño de cientos de kilómetros puede en principio terminar con la civilización humana. Es por esta razón que se monitoriza el espacio en búsqueda de posibles amenazas. Si llegáramos a encontrar un objeto que pusiera en peligro a la humanidad, sería bueno encontrarlo con la mayor anticipación posible.

Pensemos qué es lo que hemos necesitado como humanidad para poder emprender el monitoreo de objetos cercanos al planeta: satélites con telescopios que puedan registrar tanto en luz visible como en el infrarrojo. Debimos ser capaces de ponerlos en órbita alrededor del planeta y para ello fue necesario tener cohetes, motores y combustibles especiales. Además mucha electrónica (sensores, computadoras de todo tipo, memorias, los detectores de los telescopios), sistemas de comunicación, antenas, sistemas de refrigeración, creación de materiales específicos tanto para los cohetes como para los satélites y los telescopios, etc. Claro que para poder tener todo eso, se tuvo que haber diseñado y creado cada uno de ellos. Para lograrlo, en realidad primero se tuvo que entender cómo funciona la naturaleza, es decir, se tuvo que entender algo sobre la gravedad, el electromagnetismo, la mecánica cuántica, la termodinámica, la geofísica, la química. Por otra parte, ni los cohetes, ni los satélites, ni las computadoras, ni las antenas, ni los sensores, ni los refrigeradores, ni los materiales fueron concebidos porque a alguien se la haya ocurrido monitorear asteroides. La gravedad, la mecánica cuántica, la termodinámica, la geofísica, la química y las matemáticas no fueron inventadas como herramientas para poder monitorear asteroides. Entonces, ¿de dónde surgieron?

El conocimiento científico ha surgido principalmente gracias a dos características intrínsecas del animal humano: curiosidad y territorialidad. La curiosidad por un lado nos ha llevado a preguntar y buscar respuestas sobre todo lo que nos rodea y lo que imaginamos, la territorialidad por otro lado nos ha motivado a utilizar el conocimiento adquirido para generar instrumentos y herramientas que nos permitan defender y engrandecer nuestro terruño. Así de básico y sencillo es el principio. Cuando las cosas van bien y existe una cierta estabilidad, hemos utilizado también los conocimientos para muchas otras cosas (como monitorizar asteroides), pero en el fondo, en esencia, lo primero que hacemos es cuidarnos y tratar de vencer al otro. Los nobles sentimientos e ideales florecen con el estómago lleno y en la seguridad del terruño protegido.

Así es como podemos entender por qué los países pobres en actividad científica, son también pobres en términos de desarrollo y nivel de vida. Mientras no se involucren de manera directa en la ciencia, seguirán siendo sometidos y difícilmente lograrán avanzar sin el permiso y la benevolencia de los demás, que recordemos existe o puede existir solo cuando hay equilibrio. En el momento en el que haya problemas, cada quien verá para su terruño, así somos. No es ni malo ni bueno, simplemente es. Si queremos estar en posibilidades de decidir y no de que decidan por nosotros, necesitamos prepararnos. Si queremos estar en condiciones de resolver eficientemente nuestros problemas y de aportar soluciones a problemas de los demás, necesitamos prepararnos. Necesitamos hacerlo como sociedad y sobre todo conscientes de que los frutos se darán en un futuro cercano pero no inmediato.

 


Enseñanza

enero 28, 2018

 

Al explicar en clase es cuando entiendo. Es una sensación muy interesante. A veces, cuando preparo algún tema y exploro diferentes maneras de presentarlo, reviso material de varias fuentes. Veo cómo lo hacen en un libro, en otro, y así hasta que encuentro alguna forma que me parece interesante. Luego trato de incorporarla dentro del “tono” del libro principal que utilizo (siempre trato de seguir un libro en particular en mis cursos de licenciatura). En más de una ocasión, al revisar el material poco antes de dar clase, me da la sensación de no tener claridad en todos los aspectos. A veces siento que no entiendo del todo la explicación o el enfoque.

Empieza la clase y todo cambia de manera inmediata. Al ver las expresiones de quienes me escuchan intento tratar de adivinar sus preguntas y eso hace, en ese momento, que vea con una claridad que no logré antes. Es increíble. Cuando empiezan a preguntar, todavía mejor, debido a que obviamente no todas las preguntas que me imaginé que tenían las tenían, ni yo las respuestas. Así que empieza un proceso de creación e interacción que disfruto mucho y que procuro incentivar, lo induzco. Si no salen las preguntas de manera automática, las fuerzo, hago que las saquen. Luego, y esto es lo más importante para mí, nunca las respondo. Busco la manera de que el mismo grupo, si no es que la misma persona que la preguntó, sea quien encuentre la respuesta. Así es como aprendo yo; mis estudiantes quién sabe, pero eso es su problema: ¡ya les tocará enseñar y por lo tanto aprender!

Enseñar es una cuestión muy personal. Yo no creo que se pueda enseñar a enseñar sin enseñar o, con más claridad, solo enseñando se puede llegar a aprender a enseñar, ¡y a veces! Enseñar es un oficio y me queda claro que la única forma de lograr hacerlo de manera efectiva es a través de la práctica constante, sustentada en una fuerte y solida base de conocimiento disciplinar (en todos los niveles, con los matices obvios). Un ingrediente que considero indispensable es el de desear, más bien disfrutar, el compartir. Para compartir hay que tener. Si se comparte es porque se disfruta. Si se disfruta se hace bien.

Creo que la masificación de la educación, llevada a cabo con prisa y sin cautela, aunada a la impaciente necesidad de adaptarla a indicadores e índices “medibles”, ha generado una tendencia – en mi opinión muy peligrosa, es más, nefasta – sobre el significado de la enseñanza. Se genera una idea de que se puede enseñar por método y se realizan estudios para determinar cómo enseñar. Creo que eso, en el contexto que menciono, ha generado muchos problemas y nos ha llevado a un “mirage” del que será muy difícil salir.

Tenemos a muchas personas a cargo de cursos sobre temas que no solo no dominan, a veces aborrecen. Tenemos a muchas personas completamente capacitadas para enseñar, verdaderamente enamoradas del oficio y dispuestas a compartir, que se encuentran saturadas de formatos inútiles y sinsentido que servirán para que alguna otra persona (o grupo) recabe “información” y pueda dizque sustentar sus estrategias y modelos, que siempre resultan ser buenos en papel, y así decir que se hace investigación. Luego, pa’acabarla de amolar, las pocas (sí, muy pocas) personas que sí realizan investigación seria en el tema de la educación son comúnmente ignoradas, ya que sus voces quedan perdidas en la maraña. Es un problema serio.

¿Han notado cómo la figura del docente ha ido perdiendo fuerza? Cada vez es la persona menos importante en el esquema educativo, su posición se ha debilitado. No decide, solo le dicen lo que debe hacer. Ya no es quien sabe, sino quien implementa un programa diseñado por quién sabe quién. Ya no se requiere que sepa, es casi casi prescindible. Es una vergüenza. Si no conseguimos revertir esta situación y lograr que quienes están a cargo de brindar educación a la sociedad sean quienes saben y que estén muy valoradas en el estrato social, no saldremos del agujero en que nos estamos propulsando con demasiado ahínco.

Agradezco sus comentarios….


Peace and love

enero 26, 2018

 

A veces se nos olvida. Puede ser que en realidad nunca lo hemos visto así y hasta nos parezca poco intuitivo. Es más, puede ser que pensemos que en realidad no tiene nada que ver, y lo interesante es que sí. Me refiero al hecho de que la ciencia básica aporta como generadora, no solo de herramientas y conocimientos que luego son utilizados por teorías humanistas y de derecho como sustento, sino también de las conductas y métodos de organización y colaboración que conllevan a la paz y al desarrollo.

La ciencia básica consta de dos elementos cruciales que terminan generando ambientes de paz y colaboración entre sujetos de múltiples entornos y contextos sociales. El primero consiste en que es el área de la indagación asociada a las preguntas más fundamentales de los seres humanos. No importa dónde nazcan ni en qué contexto, los seres humanos tienen inquietudes universales. En todos lados hay personas – muchas – que desde la infancia, al ver las estrellas o contemplar el planeta, se preguntan cuestiones como ¿Qué es el Universo? ¿De qué está hecho? ¿Por qué existimos?. La ciencia básica es la manera más eficiente y confiable que hemos diseñado para tratar de encontrar respuestas, muchas veces solo algunas pistas, a ese tipo de cuestionamientos e inquietudes. El segundo elemento está relacionado con el factor económico. Nadie se dedica a la ciencia básica con la finalidad de obtener recursos económicos de manera personal, en el sentido de que ese sea el fin, conseguir dinero, cada vez más. Esto puede parecer una trivialidad, pero es fundamental ya que en realidad es uno de los ingredientes que permite una colaboración efectiva, afectiva y eficiente, en donde lo único que se pretende es participar en la búsqueda de respuestas y entendimiento.

Esta combinación ha permitido que existan instituciones internacionales en las que individuos de todo el mundo, incluyendo personas de lugares que se encuentran en conflictos bélicos, históricos, religiosos, etc. trabajen juntas de manera armoniosa y productiva, algo que difícilmente sucede en otros contextos. Ejemplos interesantes de este fenómeno son lugares como el Centro Europeo de Investigaciones Nucleares (CERN), el International Centre for Theoretical Physics (ICTP), el Perimenter Institute, el acelerador SESAME que fue creado explícitamente con la idea de promover paz en Medio Oriente y se encuentra en Jordán, ya que es un país que mantiene relaciones diplomáticas con todos los otros países fundadores: Bahréin, Chipre, Egipto, Irán, Israel, Pakistán, Palestina y Turquía (por cierto, la idea de hacer eso surgió en la cafetería del CERN, donde varias personas de esos países, trabajando juntas dentro del CERN, consideraron que era una buena idea para unir en algo a sus muy divididos países. Luego convencieron a la UNESCO y ahí está). Otro ejemplo muy interesante es el African Institute for Mathematical Sciences (AIMS) que funge como un instituto panafricano que ofrece oportunidades de estudio avanzado y de excelencia a estudiantes africanos de zonas marginadas. En este instituto, que cuenta con varias sedes en el continente Africano, participan personas de las mejores universidades alrededor del globo, compartiendo sus conocimientos, experiencias y apoyo.

Ojalá se dieran las oportunidades para que en algún lugar de nuestro país y/o región se pudiera emprender algo así. Para empezar solo se necesita reconocer dos cosas: que la ciencia básica merece toda la confianza como generadora de bienestar social y que, basado en eso, el proyecto debe ser completamente abierto al mundo, con participación de personas de todos lados (cero “nacionalismo” barato). Lo único que se debe pedir es que puedan aportar y lo hagan con calidad. Lo demás, avanza solito.