Sabemos poco. De hecho, casi nada, que no es lo mismo, pero es igual. Gracias a lo poco que sabemos hemos avanzado como sociedad inmensamente y vivimos mejor, a pesar de que a veces nos parezca – «creamos» – que no. Sabemos poco y lo sabemos desde hace poco. Por «saber» me refiero exclusivamente a la gama de ideas y conocimientos verificables y reproducibles que tenemos. Incluyo también a algunas de las técnicas y métodos que hemos desarrollado para intentar saber más. Me refiero, entonces, a lo más confiable, a lo que sí podemos asegurar.
Existe desde luego una inmensa gama de conocimientos anecdóticos y tradicionales que usamos todos los días y que necesariamente «creemos», ya que caen en alguna de las siguientes clases: no se han podido comprobar con las técnicas actuales y tendremos que esperar más tiempo, se han comprobado que son falsos, o simplemente no han sido puestos a prueba aún. A veces sirven, a veces no. Dependiendo de la experiencia (anécdota) personal o de grupo, si funcionaron se vuelven verdades difíciles de cuestionar.
La mayor parte de la vida del ser humano (alrededor de unos 150,000 años) hemos vivido y salido adelante con estas «verdades» sin confirmación (algunas incluso demostradas como falsas). Una vez que descubrimos cómo encontrar «verdades» un poco más confiables y verificables, hace apenas unos pocos siglos, la vida se transformó de manera radical. En particular, de manera tangible, la esperanza de vida subió dramáticamente (en todo el mundo, incluyendo los lugares más marginados), debido en parte gracias a los conocimientos sobre el cuerpo humano, las vacunas y al asociado a la necesidad de tener agua potable.
Un dato curioso, que quizás tome por sorpresa a algunas personas, es que, en términos históricos registrados, el mundo ha estado viviendo, en los últimos 50 – 60 años, la época más pacífica en su historia. Estoy casi seguro que las «noticias» y la situación local (es decir, la cotidiana) puede hacer parecer que el mundo nunca había sido tan hostil y devastador, pero no, resulta que no es así.
Creer o no creer. Una de las características esenciales para la generación de un pensamiento crítico es el escepticismo, es decir, la capacidad de dudar. Claro que dudar por dudar no es mejor que creer por creer, no. Se trata de que ante una aseveración se dude de su validez para luego, por todos los medios posibles, buscar información y evidencias que nos permitan llegar a determinar si efectivamente la tiene. Una persona que simplemente duda por dudar no es una persona escéptica. Yo le llamaría incrédula. Así como a una persona que cree por creer, le llamo creyente.
¿A qué conclusión podemos llegar cuando, escépticamente, buscamos respuestas? Para una persona genuinamente escéptica existen tres posibles resultados ante una duda: 1.- existe evidencia a favor que puede entender claramente y/o que es compartida por personas expertas en el tema en discusión, y por lo tanto deja de dudar y la acepta. 2.- existe evidencia de que la aseveración es incorrecta o falsa, por lo tanto, deja de dudar y la rechaza. 3.- No existe evidencia suficiente para desechar o aceptar la aseveración y por lo tanto se queda con la duda sin tomar partido en alguna dirección, ni aceptar cualquier explicación como válida. Simplemente no sabe.
Es difícil tener escepticismo. Es difícil por varias razones. Primero, aún siendo genuinamente escéptica, la persona muchas veces tiene una idea o preferencia sobre el tema. Si la evidencia le contradice o no es determinante, tendrá que aceptar que su «sentir» no es suficiente. Por otra parte, nuestro cerebro busca respuestas. A veces, para no gastar mucha energía (es decir, por flojos), algunos de nuestros cerebros se «conforman» con una respuesta, la que sea. Cualquier cosa en lugar de la duda. Da la impresión de que para nuestro cerebro la duda tiende a generar angustia e inquietud. Así, en lugar de sufrir esa angustia, se inventa (o acepta) un montón de cosas – algunas de ellas rarísimas, algunos otras muy intuitivas y a veces funcionales – que le permite estar en tranquilidad. Aunado a esto tenemos el problemita que mencioné arriba, que consiste en que, en realidad, sabemos poco y por lo tanto hay pocas respuestas definitivas a la mayoría de las preguntas humanas. Como podrá ver, es difícil tener escepticismo. Es más fácil tener la razón. Siempre. Aunque no la tengamos.
Entonces, una persona escéptica duda, investiga y decide si acepta, no acepta o se queda dudando una cierta aseveración. No debe confundirse con una persona que no quiere creer nada. Si alguna persona que usted conozca le dice «yo no creo en las vacunas» o «el tapabocas no sirve de nada», esa persona no es escéptica, simplemente no ha investigado o, si lo ha hecho, no quiere reconocer su equivocación. Las vacunas son maravillosas y los tapabocas ayudan a disminuir los contagios.