Beatriz

febrero 25, 2019

Esta semana ha sido intensa. Hay tantas cosas que me gustaría comentar que no encuentro ni por dónde empezar. Seguramente en las próximas semanas iré descargando algunas ideas y comentarios sobre lo que está sucediendo a nivel nacional en el ámbito de la administración científica. Hoy prefiero platicarles de mi viaje a Lázaro Cárdenas.

El fin de semana pasado me invitaron a dar una charla en Lázaro Cárdenas Michoacán. Como cada sábado, un grupo de estudiantes de secundaria se reúnen para recibir entrenamiento y clases de temas científicos por parte de un puñado de docentes (de secundaria y de preparatoria) que dedican parte de su tiempo a ello. El esfuerzo, dedicación y aporte de estas personas es verdaderamente inspirador. Uno de los profesores de preparatoria fue quien me invitó a participar.

No será muy difícil convencerles de que hablar ante una audiencia de jóvenes con interés en temas de ciencia es una experiencia gratificante. Para empezar no es necesario intentar motivar el tema, ya están esperando hacer preguntas y participar. Además, ver a alrededor de ochenta estudiantes de esa edad con entusiasmo por una charla sobre temas de ciencia, hace que la experiencia sea aun más cálida. Mi charla se enfocó al tema general de por qué alguien puede querer dedicarse a la ciencia. Dentro de ese marco, me fue posible hablar de la ciencia en general, de muchas disciplinas y experiencias. Todo el tiempo con un público atento y participativo.

La experiencia dando este tipo de charlas hace que uno pueda ir viendo cómo reacciona la audiencia. A veces es necesario acelerar, a veces detenerse un poco. Otras veces es prudente hasta cambiar de tema. No es difícil ver cuando se están aburriendo o cuando de plano no se logra captar el interés. Una de las cosas que he aprendido a identificar es la “mirada” o más bien actitud de estudiantes que reaccionan a temas científicos con cierta “chispa”. Hay algo particular en la reacción que tienen cuando estos temas les llegan a sus fibras íntimas. Casi siempre me encuentro un par. En esta ocasión no fue la excepción y de verdad que es muy fácil identificarles. Me llamó la atención en particular una estudiante, a la que llamaré Beatriz. Contestaba todas las preguntas y estaba muy inquieta (su mente).

Al terminar la charla, como siempre, se acercan estudiantes a preguntar y saludar. Beatriz fue de las primeras y me atacó con un montón de preguntas sobre agujeros negros, el tiempo, reacciones químicas, etc. No era la única, pero le veía un interés “desesperado”. Cuando finalmente se despidió, me dio una sensación de que quería preguntar algo más, pero no lo hizo. Le dije que si tenía otra pregunta y me respondió que no, pero no le creí. Pensé que se tenía que retirar o algo así. Seguí hablando con más estudiantes, también con mucho interés y preguntas bonitas. De repente, veo que Beatriz regresa con una compañera y un compañero. El chico toma la palabra y pide permiso para preguntar algo. “Oiga, usted… ustedes en la ciencia ¿creen en algo?… um.. es decir, lo que quiero saber es si los científicos pueden ser religiosos”. Es una pregunta que siempre me hacen después de estar hablando del bigbang y de la historia de la civilización humana, así que no me sorprendió. Lo que se me hizo raro fue que cuando me han preguntado eso antes, invariablemente me lo preguntan dos tipos de personas. Unas las que lo hacen con un tono de molestia y las otras que preguntan con un poco de miedo. En el caso de este chico noté indiferencia. Le empecé a responder con mi rollo de siempre, que prácticamente todas las personas tenemos una religión al nacer, que cuál es depende de dónde hayas nacido, etc. Que cuando nos empezamos a formar en la ciencia, un grupo considerable se aleja de las religiones, pero que hay quienes deciden mantener sus tradiciones y creencias, etc. Estoy en eso cuando me doy cuenta que en realidad la que quería preguntar era Beatriz (le dijo a su amigo que preguntara por ella, ella tenía miedo) ya que me interrumpió diciendo “¡no!, lo que pasa es que a mí en mi casa me regañan cuando quiero hablar de estas cosas. Me dicen que yo no sé nada, que me calle y que para eso no me mandan a la escuela”. Trato de decirle algo y en lo que empiezo a formular la primera frase me vuelve a interrumpir. “No profe, es que usted no sabe. En mi casa son muy católicos y no … pero yo ya sé que cuando les diga que quiero ser científica me van a decir que no, que la ciencia o ellos”.

No es la primera vez que me pasa, pero por alguna razón me impactó más de lo normal. Hablé con ella un poco sobre el tema, le dije que aun faltaba tiempo para que llegara a ese momento y que quizás para entonces su familia podría ir suavizando su postura. Le dije que pensara siempre que su familia la está tratando de proteger, pero que a veces no saben cómo hacerlo. Que si un día llegaba a una situación como la que temía, que seguramente el amor que su familia le ayudaría a que le apoyaran en sus decisiones. Luego me dice “sí, exactamente, ¿Qué no se supone que el amor es lo más importante en la religión? ¡Pero no lo entienden!”

 


Poco propositivo…. a propósito

febrero 4, 2019

Buscando en mis archivos me topé con un escrito que publiqué en un periódico de Colima en el 2014. Ahí describía mi frustración con algunos temas relacionados a la situación social del país y su relación con la educación, ciencia y la pobre política nacional. Lo leí de nuevo y me pareció pertinente compartirlo de nuevo en este momento. Ustedes dirán si se puede adaptar a lo que está sucediendo justo ahora (en el 2104 era seguro, sin lugar a dudas). Aquí se los dejo….. espero sus comentarios.

No sé qué escribir. He intentado buscar ideas interesantes para compartir con ustedes y aun cuando hay muchas y bonitas, no he podido concretar nada. Me siento un poco desanimado. No: desanimado no es la palabra correcta, estoy más bien preocupado, algo deprimido y en ocasiones podría decir que molesto.

Me molesta, me preocupa y me asusta la situación que vivimos en el país. Hay una evidente y fuerte descomposición social y política (no pueden estar separadas) que nos tiene al borde de la locura. Suceden cosas que creería solo poder encontrar en cuentos (y malitos) y parece que no nos damos cuenta, o que no nos importa, o que es de lo más normal. Luego, cuando todo parece indicar que ya se llegó al fondo, y que por lo tanto la situación ya no puede empeorar, la “creatividad” y el surrealismo de este país florecen para mostrarme lo equivocado e ingenuo que soy.

Creo firmemente que la solución a todos los problemas sociales que tenemos radica de manera fundamental en la educación. Digo que lo creo porque no lo puedo demostrar. Si mi creencia es acertada, debe ser claro que ello implica que la solución no es para nosotros, es decir, es para el futuro. A nosotros nos tocó lo que tenemos (de acuerdo a mi creencia, producto fundamentalmente de una pésima educación durante décadas) y no podremos cambiarlo para disfrutarlo nosotros mismos. Ese es, desgraciadamente, uno de los ingredientes más importantes para que, de alguna manera, muchos no hagamos nada al respecto. Es difícil sacrificar y trabajar para obtener resultados que no veremos, más cuando tenemos desconfianza y nos sentimos vulnerables. Creo que a veces preferimos engañarnos y pensar que hay soluciones que tendrán efectos inmediatos, generales y contundentes. No las hay. Creo también que eso precisamente es lo que hemos estado haciendo en las últimas décadas en nuestro país llegando a un claro resultado: el presente.

Me preocupa ver que hoy sigamos sin tener planes diseñados con una visión a largo plazo e incorporando además pasos pequeños, dirigidos, sólidos, basados en el presente y evaluables. Planes de gran envergadura pero ubicados en la realidad. Planes con la flexibilidad adecuada para ir corrigiendo el rumbo, basándose en evaluación y seguimiento, y al mismo tiempo con un rigor y entusiasmo que garanticen el avance. Planes que nos hagan creer en nuestro país, en nosotros mismos. Estrategias y proyectos que nos hagan partícipes y constructores del futuro. Planes y estrategias en las que nosotros seamos – y nos sintamos – indispensables. Planes incluyentes que contemplen las necesidades de todos los grupos, diseñando programas para que todos, pero todos, desde los más vulnerables hasta los más destacados y de alto rendimiento, potencien sus habilidades y entusiasmos. Planes basados en la idea de que somos una gran nación y no somos inferiores ni incapaces. Aprendiendo y aprovechando lo generado por los demás, pero sin someternos a los demás. Pero no, pareciera que lo único que somos capaces de diseñar y vender son ideas enfocadas a tratar de obtener “resultados” visibles e inmediatos (si son fotografiables mejor), independientemente de si son certeros o eficientes. Me preocupa y mucho.

Me preocupa en parte porque en ese ambiente es difícil contribuir. Es difícil que se tome en cuenta, por ejemplo, a la ciencia, y eso es muy peligroso.

¿Por qué es difícil tomarla en cuenta? Porque los resultados obtenidos por la ciencia no siempre van de acuerdo con lo que nos gustaría escuchar, más bien al contrario. Cuando los gobiernos y grupos de poder tienen en mente estrategias y conceptos de desarrollo, no les es placentero que haya argumentos que muestren alternativas más eficientes o que evidencien debilidades en sus proyectos. El “problema” de la ciencia es que los resultados que obtiene no pueden ser moldeados ni adaptados a los intereses personales o de grupo. En sistemas en que los tomadores de decisiones están acostumbrados a que su palabra sea suficiente para demostrar cualquier verdad, la ciencia no puede ser una aliada y resulta más bien medio “molesta.”

¿Por qué es peligroso que no se tome en cuenta? Precisamente porque al no hacerlo es muy fácil terminar en una situación como la que tenemos en el presente.

Se supone que mi intención es utilizar este espacio para hablar de cosas interesantes sobre ciencia. Si se preguntan “¿qué le pasó a este tipo?, ¿por qué se pone a hablar de estas cosas?, ¿qué no tenía que decir algo sobre ciencia?,” no me queda mas que darles toda la razón y pedirles me disculpen. Hoy no pude. No me salió nada, me falló la inspiración. Por otra parte sentí la necesidad de sacar estos malestares y aprovechándome de su generosidad, decidí compartir esto. Pido disculpas porque no sirve de nada (a ustedes) que deje mis quejas y berrinches así nomás, sin propuestas, sin ideas de cómo resolverlas. Hoy no pude. Prometo intentar no repetir este bochornoso episodio.