Ser para formar

febrero 15, 2017

 

Hoy quiero hablar un poco sobre una de mis mayores pasiones: la “docencia”. Como es un tema muy amplio, me enfocaré mucho; demasiado. Me referiré únicamente a la “docencia” universitaria y más concretamente a la de los llamados “nivel superior” y “posgrado”. Más aún (para que nos demos cuenta de lo amplio del tema), ya que este espacio lo dedicamos a la ciencia, me estaré refiriendo única y exclusivamente a la “docencia” involucrada en áreas científicas, eso sí, en todas las disciplinas del conocimiento.

Para empezar una (¿posible?) sorpresa: “docencia” no significa dar clases, es decir, “docencia” no se acota a la actividad de impartir un curso a un grupo de personas (estudiantes) en donde se les informa, enseña, repite, y muestra conocimiento. La “docencia” es mucho más, o quizá debiera decir que debería ser mucho más.

No ahondaré demasiado pero mencionaré algunos elementos importantes. Para el caso particular de impartir un curso, no es posible hacerlo bien sin tener el conocimiento (esto no es exclusivo para las áreas científicas, por supuesto). Entonces, una persona que tiene el conocimiento, independientemente de si ella misma es generadora o no de nuevo conocimiento, puede, en principio dar una buena “clase”. Así nos podemos encontrar personas investigadoras que son buenas o malas para “dar clase” y personas que no son investigadoras, que también pueden resultar ser buenas o malas para “dar clase”.

El asunto es cuando dejamos de contemplar a la “docencia” como solo el dar clases. La enseñanza, la apropiación del conocimiento, la guía, la transmisión integral y robusta de bagaje intelectual y técnico no se logran en una clase. Además, para poder hacerlo bien (formar científicos), de manera honesta y natural, hay que vivirlo, ser parte. Por ello, en esos niveles educativos, es indispensable que las personas que forman, que guían, que comparten: sean.

Mis mejores profesores nunca me dieron una “clase” (en el sentido de tener un curso programado y estar dentro de un aula, etc.). Es más, me imagino que algunos de ellos pudieran ser “malitos” explicando algunos temas enfrente de un grupo de estudiantes. Evidentemente que su “docencia” se extiende mucho más allá de la impartición de cursos.

Me parece curioso que casi siempre (en México, en contexto universitario) se hable de investigadores que no son docentes. Generalizando, pero sin equivocarme demasiado, no es posible concebir un científico que no sea, de manera natural y necesaria, un docente, en el sentido más amplio y hermoso de la palabra. Habrá instructores que no sean científicos, pero no científicos que no sean docentes. Curioso también es que a los científicos (en México, en contexto universitario) se les paga como instructores, a pesar de su habilitación. Para medio compensar esa situación, existe un programa llamado “Sistema Nacional de Investigadores”, que a través de evaluaciones periódicas otorga complementos para de alguna manera compensar la situación (en otro momento comentaré más sobre este asunto).

Regresando: ¿cómo puedo ser un buen “docente”?

Haciendo mi ciencia con la mayor calidad que me sea posible. Incorporando a estudiantes en mis investigaciones, durante todo el proceso. Influyendo a “mis” estudiantes a través de mi comportamiento, por ejemplo no trabajando solo para juntar “puntitos” que me sumen en mis evaluaciones, no publicando por publicar, mostrando honestidad en cada una de mis actividades profesionales, no robando sus trabajos. Retando a “mis” estudiantes a dar el máximo, aunque lloren. Si voy a impartir un curso, preparándolo con toda mi atención y capacidad, exigiendo el máximo de cada una de las personas que tengan el infortunio de tenerme como instructor. Preocupándome por el futuro de “mis” estudiantes, pensar qué van a hacer después, adónde van a ir, con qué herramientas. Conocer y estar al tanto de la realidad en la que tendrán que competir. Ayudarles a competir, volverme su aliado en sus futuros enfrentamientos (aunque ya se hayan graduado e ido a otro lugar). Estar convencido de que a través de ellos se puede cambiar el mundo.

Conozco pocas personas que logren todo esto… en el mundo.

¿Se dan cuenta entonces por qué es maravilloso intentar ser buen “docente”?

 


Sin tapujos

febrero 12, 2017

 

Permítanme empezar sin rodeos, sin tapujos: la ciencia básica es lo más importante de la ciencia. ¿Qué es la ciencia básica? Es la actividad científica que explora lo desconocido, en cualquier área. Su propósito es aprender más sobre la naturaleza, en todas sus manifestaciones.

La ciencia, decimos con mucha insistencia, es lo que permite que vivamos mejor. Los países que la apoyan y nutren son aquellos que luego prosperan económicamente. Y es verdad. También es verdad que la básica, al ser tan “abierta”, tan aparentemente desinteresada de los problemas “cotidianos” de los humanos, siempre tiene que ser defendida y justificada, incluso en los países donde la ciencia es algo común. Para quienes no participan de la ciencia como una profesión (a veces incluso para algunos que sí), la ciencia básica es en ocasiones considerada como inútil o, con palabras más suaves (hipócritas), como el estudio de caprichos personales. Los científicos, por lo tanto, deben defender su situación y recordarle a las personas que no, que no es así, que la ciencia básica es la que ha permitido que estén vivos, saludables, sin hambre y fuera de la barbarie. Luego, en los países donde el apoyo ha sido constante, lo recuerdan y otorgan el financiamiento requerido.

En países como el nuestro la situación es más compleja. Para empezar, el recurso total destinado a ciencia es bajo. De eso, el porcentaje para básica es bajo/medio, aunque en realidad irrelevante ya que aunque le destinaran el 100% ¡no sería suficiente! (claro, para ser competitivos). Pero ese no es el mayor de nuestro problemas. Desgraciadamente nos entró la “calentura” (no encuentro otra descripción que pueda escribir aquí) de que hay que investigar cosas que “sirvan y que generen patentes”.

A ver, con calma. Sí, es absolutamente importante llegar a tener un sistema científico y tecnológico que derive en una infraestructura nacional generadora de tecnología, en todos los sectores, que nos identifique como una nación moderna, organizada y próspera. Aclarado el punto, el problema es que no lo podemos hacer por decreto y sin una ciencia básica de “primer nivel”. En esto, desgraciadamente, no hay atajos.

Me preocupa mucho que el CONACYT, la instancia pública encargada de la ciencia y la tecnología en nuestro país, haya caído en esta peligrosa confusión. Sé que hay personas de ciencia de buen nivel en puestos claves del CONACYT y me preocupa que aún con ello, se caiga en un juego de complacer y seguir lineamientos que tienen un carácter más bien político que de sustento. Me explico: desde hace varios años el CONACYT ha estado sacando convocatorias que suenan bonito, pero que se alejan y diluyen el apoyo real a la investigación. Becas para posgrados en áreas que no tienen que ver con CyT (necesarias, pero que no deben de salir del presupuesto – pobre – dedicado a CyT), convocatorias enfocadas a las empresas con la supuesta intención de “ayudar” a que la iniciativa privada decida invertir en investigación, pero que en su mayoría solo terminan desperdiciando el recurso (en el mejor de los casos), convocatorias con títulos y temas que formen parte del discurso en boga, etc. Luego, por otra parte, las convocatorias que estarían dedicadas a la ciencia básica son cada vez más descuidadas. De hecho, su situación es tan claramente empantanada que evidencia una intensión por desaparecerlas; “reestructurarlas” dirían quizá las mentes detrás, pero no nos engañan.

No pretendo morder de la mano que me da de comer. No. Yo soy usuario y beneficiario del CONACYT. Participo en convocatorias y recibo recursos. Claro que no me hace un favor, para eso es y nos sometemos, todos mis colegas, a evaluaciones y revisiones. No todo es malo; sin el CONACYT no habría lo poco que hay. Sin embargo, debo mantener una posición crítica y propositiva ya que veo, con preocupación, que el rumbo está siendo acotado por intereses alejados y confusos, que no toman en cuenta el ámbito científico bien conocido y sin atajos.

No nos confundamos y recordemos que “básico” no significa otra cosa más que “indispensable”.

 


Emmy

febrero 7, 2017

 

Los científicos pueden trabajar en equipo, por separado, en competencia y/o en colaboración. A veces los grupos ¡ni coinciden en el tiempo! Alguien puede estar trabajando en un tema hoy. Generará ideas, experimentos, algunos resultados y puede ser que logre entender algo. También puede suceder que no logre desentrañar ningún secreto y tengan que pasar cien años, y muchos grupos en el inter, para conseguirlo. La ciencia, aunque uno pueda trabajar solo, es una actividad colaborativa y de grupo.

No obstante lo anterior, existen individuos que de manera particular han logrado brindar contribuciones muy importantes y trascendentes en el ámbito del conocimiento humano, cuyos trabajos han permitido dar grandes pasos en el camino del descubrimiento de la naturaleza. Es interesante saber que aun en esos casos, si esas personas no hubieran existido, alguien más, quizá en grupo, quizá de manera individual, hubieran eventualmente descubierto lo mismo. Esto es importante saberlo y comprenderlo ya que es precisamente el principio que sustenta el avance de nuestro conocimiento de la naturaleza. Todos los descubrimientos y aportaciones que cambiaron paradigmas, todos, están basados y fomentados en ideas y confusiones que eran sentidas y digeridas en su momento por varias personas y grupos, independientemente de si al final fueron concretados por una sola.

Entonces la ciencia es colectiva y los individuos, en el sentido más abnegado posible (y para exagerar la idea), son innecesarios. Y aun así, hoy quiero mencionar y reslatar a una de las personas que admiro. Una persona que logró aportar de una manera sensacional a todo el aparato formal en que sustentamos nuestro entendimiento del universo actual; se trata de Emmy Noether. Matemática alemana, Emmy Noether sentó las bases sobre las cuales hemos construido gran parte del aparato formal matemático que nos ha permitido, entre otras cosas, encontrar las grandes síntesis culminadas en lo que llamamos el “Modelo Estándar de las Partículas Elementales.” No poca cosa ya que representa el conjunto de conocimientos más preciso, probado y completo que hayamos sido capaces de generar. Es la teoría (en el sentido de ciencia exacta, es decir, probada y con evidencias confirmadas) más verificada y con predicciones más sorprendentes que hayamos creado. Basada en gran medida en una comunión de la relatividad especial y la mecánica cuántica, que junto con lo que llamamos “leyes de conservación,” ha logrado predecir y describir una enorme cantidad de fenómenos naturales con una precisión impresionante.

Es precisamente en las llamadas “leyes de conservación” donde entra Emmy Noether. Ella nos enseñó que existe una relación directa, inevitable, fundamental entre esas leyes de conservación y la “simetría.” Dicho de manera muy libre: existe una “cantidad conservada” por cada simetría que exista en el universo. Un ejemplo concreto: seguro han escuchado alguna vez la expresión “la energía se conserva.” Pues bien, es verdad y Emmy Noether nos dice que ello es consecuencia de una simetría existente en el universo, que resulta ser la asociada al tiempo. ¿A qué me refiero? Si hoy dejo caer una manzana desde una altura de 5 metros, esta chocará con el suelo en aproximadamente un segundo. Si lo repito mañana, caerá en el mismo tiempo. Cuando lo hizo Galileo hace alrededor de 400 años, igual. No importa cuándo, la naturaleza me dará el mismo resultado. Eso es a lo que me refiero con simetría temporal y gracias a ello, la energía se conserva. Emmy nos enseñó eso y mucho más. Por haber sido mujer, lo hizo trabajando sin que le pagaran y sin tener una posición oficial. Su impacto es tan importante que su nombre debería ser conocido por muchos. No lo es; espero llegue a serlo.

 


Y empezamos de nuevo, siempre.

febrero 7, 2017

 

Ya pasada la bola y esparcido el polvo, he decidido escribir un poco sobre los resultados provenientes del Gran Colisionador de Hadrones (Large Hadron Collider – LHC), anunciados hace unos meses, y que en diferentes medios han causado furor y estupefacción.

He leído encabezados con todo tipo de barbaridades elocuentes y no poco amarillistas. Desde un “Se equivocaron los científicos del LHC”, hasta un “Se derrumba la partícula del siglo”, sin faltar el “¿Se perdió el Higgs?

Con la intención de explicar qué es lo que sí sucedió, necesitaré dar unas pocas palabras sobre qué es el LHC y cómo funcionan los experimentos ahí desarrollados. Pero antes un comentario: no tuvo nada que ver con el Higgs.

Empecemos con la primera, ¿Qué es? En términos muy generales, el LHC es una máquina que acelera chorros de protones en direcciones opuestas que luego choca “de frente”. Los choques generan materia que queremos estudiar. Para ello se han construido laboratorios gigantes – llamados genéricamente “detectores” – en cuyos centros se generan las colisiones. Es ahí, en esos detectores, donde se deposita la materia producida.

Los choques suceden con un ritmo vertiginoso. Se produce una cantidad inimaginable de información que es almacenada para su posterior análisis.

El análisis: cientos de personas escudriñan la vasta cantidad de información. Se busca entender propiedades de las partículas que conocemos y, de manera muy importante, encontrar partículas que aún no conocemos. Encontrar una partícula nueva, ya sea predicha o completamente inesperada, representará un avance increíble de nuestro entendimiento científico, ya que el esquema actual en el que nos basamos para entender el mundo microscópico es muy robusto y una nueva partícula indicaría que tenemos que ir más allá de él para continuar.

Encontrar una nueva partícula, dentro de toda la gran cantidad de información generada, es una labor muy minuciosa y de extremada delicadeza. Es fácil engañarse y para no hacerlo, las búsquedas se realizan de manera independiente por dos grupos (en competencia). Si uno ve algo “nuevo” y el otro no, entonces no hay descubrimiento. Si los dos grupos lo ven, es muy buena noticia pero eso no es suficiente. Ambos tienen que verlo una cantidad de veces suficiente tal que se determine que no existe la posibilidad de que haya sido una fluctuación estadística (eso es algo preciso que se puede determinar). Para que eso sea posible es necesario analizar grandes cantidades de la información recabada. Entre más información se analice, más consistente el resultado y la certeza estadística.

En ocasiones durante los análisis, que toman meses, surgen pistas que dan la impresión de que algo nuevo anda por ahí, entre la maraña de información. Se sigue la pista y a veces, pocas, la pista se empieza a ver más fuerte. El ritmo cardiaco empieza a elevarse, sin embargo se sabe que aún no hay nada, que se necesita mucho más y – además – que la competencia lo vea también. Para eso faltarán meses, años. Luego, queriendo y no, se empiezan a esparcir rumores de que parece que se ve algo con tal y cual característica. Y ¡moles!, resulta que la competencia ve algo “similar”, también sin la suficiente estadística, pero muy similar. ¿Será coincidencia? Puede ser, pero y ¿si no? El rumor es tan grande e interesante que se decide hablar públicamente sobre los resultados PRELIMINARES, incompletos, parciales. Sin embargo nos genera tanta emoción que los demás no podemos esperar hasta el próximo año para empezar a especular sobre qué es eso “nuevo”. Queremos sugerir de dónde sale. Deseamos rasguñar un pedacito de gloria como partícipes en la develada de otro secretito de la naturaleza.

En el inter, mientras buscamos encontrar sentido de todo lo nuevo que vendrá, nuestros colegas siguen analizando los datos. Se llega el momento de una noticia definitiva: Fue una fluctuación estadística, no hay nada nuevo. Ni hablar. Y empezamos de nuevo. Siempre.

 


Materia oscura, masa crítica

febrero 4, 2017

Uno de los temas más candentes en la frontera del conocimiento científico consiste en entender y determinar qué es la “materia oscura”. Ya encontraré un espacio para describir de qué trata ese tema. Hoy quiero aprovechar el espacio para hablar de otra oscuridad.

Es claro que nuestro país pasa por momentos difíciles, oscuros. Y no, no es por el “trompetas”. Como en cualquier arena, cuando hay problemas y situaciones complicadas, tomar decisiones acertadas es muy difícil. Si hay problemas, si no nos sentimos bien, si tenemos desesperación, miedo, incertidumbre, es muy probable que nuestras decisiones no sean muy razonadas. También, colectivamente, si además, de tener una situación compleja y llena de problemas que son difíciles de controlar, no tenemos el mínimo interés en resolver o mejorar la situación general y solo vemos por intereses personales, imaginen qué tipo de “decisiones” podremos tomar. ¿No se pueden imaginar? Qué ta algo como reducir presupuestos a educación, ciencia, salud. Si les suena familiar, de seguro es solo una coincidencia.

Hoy la situación de la ciencia en el país es oscura. Más que oscura, podría decir que el interés que se tiene sobre la ciencia como elemento de cambio por parte de tomadores de decisiones, y quizá también por grandes sectores de la población, es simplemente inexistente. La ciencia en México es una cosilla por ahí, insignificante, inútil e invisible. En el mejor de los casos, pareciera un lujo tonto por el que no debemos preocuparnos, menos cuando hay tantos otros problemas. Sí, es verdad que otros países, esos que rigen el mundo, cuando tienen crisis recurren a invertir en ciencia y educación, pero eso lo hacen ellos, nosotros no, ¿para qué? Sí, es verdad que la inversión de esos países en esos sectores es precisamente lo que les permitió llegar a donde están, pero ¿de verdad queremos eso?

La ciencia en México es materia oscura.

Se debe decir que parte del problema es que a veces nosotros mismos – la comunidad científica – no podemos reconocer que no existimos. Nos cuesta trabajo reconocer que, en realidad, en nuestro país no hay ciencia. Caemos en el juego de que sí hemos avanzado y que “ahí la llevamos”. La verdad, tomando en cuenta el tamaño y riqueza del país: no existimos. Los intentos individuales y de algunos grupos son loables, pero en realidad no existimos. Es importante reconocerlo ya que las estrategias que podamos proponer y llevar a cabo deberán estar sustentadas en la realidad, no en la creencia (o enorme deseo o descarada simulación) de que las cosas van “más o menos” bien.

No pretendo dar un análisis profundo en este momento (y espacio). Afortunadamente hay un aspecto que es muy sencillo de identificar como parte del inicio de cualquier estrategia. Primero, una vez reconocido por los científicos actuales, que a nosotros “no nos tocó”, y que como científicos, analicemos y veamos qué podemos hacer para que la situación cambie en el futuro, es muy fácil describir al menos uno de los ingredientes primarios, fundamentales, imprescindibles de cualquier estrategia: para hacer una diferencia, para ser escuchados, para obligar el cambio (ya que no vendrá de otro lado, sino de la presión que nosotros podamos ejercer), es necesaria una verdadera “masa crítica”. Aunque no haya dinero, aunque nadie quiera contratar, aunque signifique sacrificar generaciones, aunque parezca que no tenga sentido, necesitamos incrementar el número de científicos por al menos un factor de diez. Necesitamos empezar a producir licenciaturas que produzcan personas de mucha calidad en las áreas básicas. Por montones que vayan a doctorarse a los mejores lugares y luego, así, en unos diez, quince o veinte años, el sistema colapsará y no habrá de otra. Desgraciadamente solo así forzaremos a que se nos escuche.

 


Emoción e ingenuidad

febrero 2, 2017

Estaba distraído recordando el anuncio de hace ya tiempo de que Marte tiene agua líquida. Es sensacional. Por un lado debe impresionarnos la capacidad de encontrar algo así y por el otro, la existencia de agua líquida en Marte da pie a que las posibilidades de encontrar vida ahí sean mayores.

Para la mayoría será una noticia interesante por un rato y, junto con las preocupaciones cotidianas y la información recibida durante la semana, pronto será abandonada en el olvido. Quizá si en unos años vuelvan a salir noticias sobre Marte, entonces recordemos que habíamos escuchado algo sobre agua y peces en Marte, o algo así, no importa demasiado; además “está tan lejos, ¿a quién le importa? Deberían buscar agua aquí pa’los que no tienen”.

A mí me emociona. El saber más sobre un planeta me emociona. Me emociona enterarme de que se sabe más sobre cualquier cosa. Saber es muy difícil. Saber requiere de mucho esfuerzo y creatividad. Se requiere comprobación, comprobación y luego más comprobación. Se invierte una cantidad formidable de pensamiento, trabajo e ingenio para que así, lentamente, se vayan descubriendo los velos de la naturaleza. Y aún así, a veces se comenten errores. No le sorprenda sentirse “traicionado” por la ciencia y esos científicos controladores de la verdad, cuando vuelva a leer en las noticias “siempre no, se equivocaron, no había agua en Marte.” “Ya ves, es todo un complot.” Esa noticia tendrá un poco más te atención en los medios y durará un poquito más en el colectivo.

Y entonces me emociona. Me emociona más el pensar en todo lo que ha tenido que suceder para que seamos capaces de saber si Marte tiene agua: el conglomerado de conocimientos, técnicas, suposiciones, investigaciones, peleas, consensos, etcétera, que tuvieron que darse pie para que un día lográramos desarrollar los equipos y aparatos que luego nos dieran esa información.

Ahora, lo que me emociona y sorprende aún más, es que existan lugares donde los científicos hayan logrado convencer a sus sociedades de que invirtieran en esos proyectos. Me sorprende no porque no haya elementos para hacerlo, esos los conozco y los comparto a plenitud, sino porque ello implica un conocimiento de cultura científica por parte no solo de la sociedad, sino de los gobernantes. No me lo imagino fácil, de ninguna manera, pero es agradable saber que sí se puede. Es agradable saber que hay lugares en donde se aplica una de las más importantes claves del desarrollo: cuando no se es experto en algo, se pueden tomar decisiones basadas en las recomendaciones de expertos.

Ese es un aprendizaje y conducta de gran relevancia para el avance de la humanidad. Recordemos que durante mucho tiempo no fue así. Las decisiones estaban basadas en rumores y experiencia, en el mejor de los casos, y en simples caprichos u ocurrencias de los poderosos en el peor de ellos. El avance y supervivencia de las sociedades dependían de ¡la suerte de tener líderes con mucha suerte!

Ahora también, también tenemos que tener suerte de que los líderes sean personas capaces, no solo de escuchar, sino de discernir de entre las muchas voces, aquellas que sí saben de lo que hablan. Sin embargo, aún cuando a veces parece muy difícil, ello ocurre con mucha mayor frecuencia que antes. El reto, para los científicos de lugares donde eso no ocurre, es seguir avanzando en lograr la confianza tanto de la sociedad, como de las personas que lideran esas sociedades. Mientras no logremos entablar lazos de confianza y trabajo, estaremos desaprovechando la poderosa herramienta del conocimiento y la oportunidad de mejorar nuestro entorno social y natural.