Si hay algo que podemos considerar estrictamente humano tienen que ser el arte y la ciencia. Es más, yo añadiría que son lo único verdaderamente valioso que hemos creado los seres humanos. Es triste que a pesar de contar con excelentes representantes y enamorados, ambas han estado relegadas por muchos años en nuestro país.
No es sorpresa, por tanto, que ambas han estado prácticamente ausentes también en los discursos y propuestas que nos inundan estos días. Quizá solamente han sido mencionadas en el contexto general de lo que llaman, a veces superficialmente, educación. Las actividades más hermosas, trascendentes y útiles que tiene la humanidad han sido, hasta el momento, las grandes ausentes.
Se lanzan palabras y conceptos maravillosos como innovación, desarrollo, crecimiento, transferencia, tecnología, y muchas más. Todas ellas importantes y necesarias dentro de un esquema general bien organizado y sustentado. El problema que a veces me parece percibir es la aparente negación o desconocimiento de la mala situación que guardan las bases donde se tendrían que soportar todos esos planes y esquemas.
Muy concretamente en el caso de la ciencia, que es lo que nos ocupa en este espacio, me salta inmediatamente la inquietud de lo inoperante que pudieran resultar los planes y proyectos que a veces se mencionan en el sector industrial y tecnológico, si no se tuviese considerada la base sobre la cual se piensa sustentar. México no se encuentra ni de lejos en una situación que permitiera proyectar, en el corto plazo, un despegue tecnológico-industrial basado en innovación. No existen las estructuras científicas básicas (empezando por el ínfimo número de científicos por habitante y terminando por las existentes estructuras administrativas torpes y de vistas cortas) que puedan dar un sustento. En pocas palabras, pensar que se puede detonar la actividad científico-tecnológica por mandato, exigiendo proyectos que deriven en patentes y aplicaciones generadoras de recursos, como por arte de magia y en el corto plazo, es, en el mejor de los casos, un sueño guajiro.
Es necesario invertir en la creación de una verdadera base científica que pueda sostener y dar un origen natural a esas fases posteriores de desarrollo. Se puede empezar poco a poco, desde luego, pero sin descuidar, o más bien, con el énfasis en primero formar las bases. Se requiere un programa agresivo de formación de recursos humanos a nivel nacional; un ejército de personas formadas en áreas científicas (básicas, que son las que luego forman todo lo demás) que puedan preparase en los mejores lugares del mundo haciendo doctorados y/o estancias postdoctorales. Algunas de esas personas regresarán al país, sobre todo si en el inter nos preocupamos por ir creando los espacios y las condiciones para que encuentren un lugar dónde desarrollarse y contribuir. Se requiere un cambio de paradigma que nos permita generar un cambio sustancial. Gradual, pero significativo, a largo plazo. No podemos seguir con los mismos esquemas (bueno, sí podemos, pero no nos llevará a nada interesante).
¿Quieren patentes útiles? ¿Quieren que los efectos de la investigación científica se palpen fácilmente? ¿Quieren que el conocimiento generado sea “útil” a la sociedad (como si hubiera conocimiento inútil)? Muy bien, eso cuesta y cuesta mucho. Podemos hacerlo como sociedad pero será necesario invertir tiempo, dinero y mucho esfuerzo para lograrlo de manera sostenida. Si no, podemos simular y hacerlo a medias con algún logro por aquí y otro por allá. Podemos presumir que estudiantes mexicanos ganan alguna competencia en el extranjero, que un inventor mexicano logró hacer un prototipo muy interesante para apoyar la agricultura, etcétera. Y estaremos muy contentos y orgullosos de nuestros talentos. Llenaremos páginas en periódicos y haremos entrevistas en la radio describiendo todos los detalles de esos genios y talentos mexicanos, que a pesar de las carencias y falta de oportunidades, supieron vencer el destino y lograron sacar adelante la casta mexicana (y más si alguno de ellos salió de un pueblo marginado, será un “hitazo” publicitario). ¡Casi un milagro! Nos sentiremos victoriosos, durante tres minutos.
Pero para que esas cosas dejen de ser noticia y se conviertan en algo común y corriente, que es exactamente lo que necesitamos, debemos de pensar a mediano y largo plazo. La ciencia no es barata, requiere no solo de recursos económicos (muchos) sino también de tiempo. Y luego, pa’ acabarla, la ciencia no siempre nos da la razón y a veces tumba nuestros planes y conjeturas (más bien casi siempre). Es contundente y no atiende necesidades políticas; a veces la ciencia pareciera no ser nuestra aliada. No puede “ponerse la camiseta.” Pos así ¿cómo? Con razón está ausente.
Y sin embargo nada podremos hacer para lograr un avance sostenido, integral y significativo sin su desarrollo saludable. Me atrevo a decir que algo similar ocurre con el arte. Ciencia y arte, que forman la cultura, requieren de apoyo y confianza absolutos. No es capricho, han ya demostrado en incontables ocasiones lo redituables que son. Ojalá pronto escuchemos con firmeza: “ya llegaron las que andaban ausentes.”
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A propósito de esta bella temporada…