Me encuentro en el auditorio de un bachillerato con 60 estudiantes esperando que inicie la charla. Les digo: “por favor levante la mano quien quiera estudiar una carrera universitaria.” La mayoría lo hace. “Por favor levante la mano quien sepa qué va a estudiar.” Casi todos vuelven a levantar. Luego, después de observarlos unos segundos, los reto: “les apuesto lo que quieran a que sé mejor que ustedes por qué quieren estudiar eso que piensan querer estudiar.” Resultado: silencio y expresiones de “sí, cómo no.” Miradas de incredulidad y algunas de indiferencia.

Beto, Aurelio y Óscar descifrando a Pitágoras en al Paraíso (ca 2013)
Continúo: “por favor levante la mano quien conozca (en persona) a alguien que quiera dedicarse o ya se dedique a la medicina.” Todos levantan la mano. Continúo: “lo mismo pero para abogado.” Todos levantan la mano. “¿Psicología?” Todos. “¿Pedagogía?” Todos. “¿Arquitectura?” Casi todos. “¿Ingeniería Civil?” Todos. ¿Astronomía? Ni una sola manita levantada. Sigo con “¿Matemáticas?” y de pronto quieren levantar la mano pero los interrumpo “y no me refiero a maestro de matemáticas, sino a una persona que se decique a “crear” matemáticas.” Ninguna mano (eso sí, un poco de confusión). Desde luego que en cada una de las preguntas les pedí que se fijaran cuántas personas habían levantado la mano. Después del contraste tan fuerte concluyo: “¡precisamente por eso es que ustedes quieren estudiar lo que dicen querer estudiar!” Caras atentas y pensativas.
Pocos conocemos a científicos. Podría casi apostar que no nos hemos topado en el súper con un cosmólogo y que si lo hicimos, ni en cuenta. Si un día conocemos una chica en el puesto de helados y nos dice que se dedica a la física nuclear, pensaremos que está loca y que no es cierto. O si le creemos, será una experiencia muy extraña que no pasa frecuentemente. ¿Qué es un científico? ¿A qué se dedica?
Tratando de responder de manera superficial estas preguntas, a veces hago el siguiente ejercicio: pregunto “¿cuál es la circunferencia de un círculo?” Casi nadie sabe. A pesar de ser un conocimiento que se adquiere en primaria y que estoy hablando con chicos de prepa, casi nunca lo saben (si les pido que me den el nombre de tres escritores mexicanos vivos o muertos, o si lo extiendo a latinoamericanos, tampoco). Bien, como nadie responde a esa pregunta hago otra: “¿cuál es el área de un círculo?” Y de pronto, un buen número de ellos dice, al unísono: “pi por radio al cuadrado.” Es interesante que recuerden esa fórmula. En realidad no la entienden, ni saben muy bien qué significa, pero por alguna razón “suena bien.”
Les pregunto que desde cuándo sabemos eso y no falta alguien que diga “desde los griegos”. Cuando llegamos a este punto les pido que viajemos en el tiempo. Que juntos nos traslademos al pasado y lleguemos a Grecia y ya que hasta podemos viajar en el tiempo, que lleguemos a nuestro destino un día tal que nadie sabía cáunto es el área del círculo: ningún cerebro humano que haya existido hasta ese momento tenía ese conocimiento.
Ya establecidos en la playa y con una fogata esperando que caiga la noche, notamos a un grupo de personas discutiendo apasionadamente. Están dibujando figuras en la arena y alegan acaloradamente. Sin violencia, pero con pasión. Los ignoramos. Cae la noche y rendidos nos entregamos al sueño. Apenas amanece cuando unos gritos de emoción nos despiertan. Le habían serguido en la madrugada y descubrieron que el área del círculo era pi por radio al cuadrado. Estaban eufóricos y nos explicaban.
Regresamos al presente y mañana en las noticias – quizá – nos dicen que hoy, mientras descansamos del viaje de regreso, alguien descubrió algo que nadie sabía. Esas personas son científicos.
¿Para qué sirve lo que estudian y descubren? ¿Para que sirve saber el área de un círculo? ¿Qué les motivó estudiarlo? ¿Tenían en mente alguna utilidad antes de descubrirlo?