Vivimos inmersos en una capa de aire conformada prácticamente por nitrógeno y oxígeno (mucho más nitrógeno) llamada atmósfera o “aire” que permea todo nuestro alrededor. Cuando “tronamos los dedos” generamos una deformación en esa capa – la “pellizcamos” – que se transmite a través de una “onda sonora”. Al propagarse “la onda” llega al interior de nuestros oídos y hace vibrar al tímpano, lo que produce señales eléctricas que el cerebro procesa e identifica con el “sonido”. Si no hubiese aire no escucharíamos nada.
El “aire” está constantemente siendo perturbado de muchas maneras: pájaros volando, perros ladrando, coches viajado, ventiladores girando, etc. Todos esos sonidos se juntan y producen un “ruido de fondo” que nuestro cerebro “cancela” (no interpreta) y eso permite que, cuando nos hable una persona y nos lleguen las vibraciones producidas por sus cuerdas vocales, logremos identificar las palabras sin confundirlas con todos los “ruidos” adicionales. Es una habilidad muy interesante y fantástica de nuestro cerebro. Claro que funciona siempre y cuando la intensidad del sonido que nos interesa sea mayor que la del ruido. Una cosa es que el cerebro pueda dejar de interpretar las fuentes que conforman el ruido y otra es que pueda “escuchar” un sonido muy tenue en medio de una algarabía.
Existen otro tipo de perturbaciones u ondas que no tienen que ver con el sonido. Unas familiares son las que se generan en un lago cuando lanzamos una piedra. Hay otras muy cotidianas que llevan el nombre de “ondas electromagnéticas” que están asociadas a los campos magnéticos y eléctricos que existen en la naturaleza. Son tan comunes que vemos gracias a ellas: la luz es una onda electromagnética.
Al entenderlas, hemos sido capaces de utilizarlas en un sin fin de maneras. Una es a través de las telecomunicaciones, desde la invención de la radio y la televisión, hasta los dispositivos actuales. Todos los sistemas de comunicación con ondas electromagnéticas requieren de receptores (antenas) que logren transferirlas a señales eléctricas que luego aparatos electrónicos y/o electromecánicos traduzcan en sonidos e imágenes. Al igual que con las ondas de sonido, existen un sinnúmero de ondas electromagnéticas a nuestro alrededor y los dispositivos electrónicos deben ser capaces de distinguir el “ruido” de la señal verdadera que nos interesa.
Un área de desarrollo tecnológico importante es la asociada a “reducir el ruido” en los dispositivos para poder detectar señales cada vez más débiles. En el actualidad existen dispositivos con una capacidad asombrosa de reducción de ruido, sin embargo, cuando nos preguntamos si se puede llegar a reducir el ruido por completo, chocamos con un límite que nos dice que hay un ruido mínimo imposible de controlar (tiene que ver con el movimiento intrínseco de las partículas que componen los dispositivos). A ese ruido se le conoce como ”ruido cuántico” y vencerlo, es decir, tratar de llegar lo más cerca de él, es la motivación de varias áreas de estudio. Entre más nos podamos acercarnos a “solo” tener ese ruido, nuestra tecnología podrá ser más rápida y más pequeña.
El adjetivo “cuántico” a veces genera estupefacción y misterio, ya que mucha charlatanería utiliza ese adjetivo para sonar “sexy”. Hace poco más de un mes, junto con mis colegas Ricardo Sáenz y César Terrero, iniciamos un programa de radio para discutir sobre las locuras que a veces navegan por los medios y redes sociales con la intención de poner un poco de orden. No lo lograremos, pero nos estamos divirtiendo de lo lindo. Les invito a que nos escuchen a través de las ondas sonoras generadas en las bocinas de sus dispositivos, que recibieron las ondas electromagnéticas emitidas por las antenas de Universo 94.4FM, en “El ruido cuántico de la radio”, todos los jueves a las 20:00 horas (menos en vacaciones).