¡Ah, la bella y útil incertidumbre!

enero 24, 2019

“¿Qué vas a hacer cuando termines?”

No recuerdo cuántas veces escuché esa pregunta durante el tiempo en que me dedicaba a realizar mi preparación como científico, pero fueron muchas. La parte de la pregunta que más me confundía era el “cuando termines”. ¿Cuando termine qué?, me preguntaba internamente.

En la mayoría de los casos quien preguntaba se refería a “estudiar” y quería saber en qué iba a “trabajar”. Yo no entendía. Me encontraba realizando el doctorado, que consiste en el entrenamiento formal para hacer investigación científica, y para mí eso precisamente era mi trabajo en ese momento. Posteriormente, aunque no sabía con certeza ni dónde ni cuándo, yo sobreentendía que mi labor continuaría en el ámbito académico, incorporándome a alguna universidad o centro de investigación, pero que determinar dónde y cuándo no era algo que pudiera – ni debiera – hacer mientras no conseguía aún el «mínimo de formación» para luego participar en alguna convocatoria y poder tener un primer empleo formal (temporal) como postdoc y eventualmente una posición permanente en alguna universidad. Así era donde yo me encontraba en ese momento y, como es un sistema exitoso, pensé que así (o algo muy similar) sucedía en la mayoría de los lugares.

Poco tiempo después decidí regresar a México y empecé a conocer el sistema que imperaba en nuestras universidades. El sistema era – naturalmente – producto de una serie de factores relacionados al origen de las universidades, las leyes de trabajo y los famosísimos “usos y costumbres”. Algunos factores ayudaron al desarrollo y lograron que escuelas encargadas de solo generar profesionistas en algunas áreas clave con el tiempo se fueran sofisticando y convirtiendo en verdaderas instituciones universitarias. Sin embargo, otros, con tintes de tradición y quizás un poco de confort, atentaban contra el crecimiento y la calidad de las mismas. Uno de los más importantes consistía en la habilitación (y definición) de docentes universitarios.

Durante muchos años, el camino “típico” consistía en concluir estudios de licenciatura e intentar “dar unas clases” o “unas horas” en el mismo programa del cual se había graduado. Esto se fundamenta desde la perspectiva de que si se «terminó» la carrera, entonces se puede “enseñar” lo que se aprendió. Funcionó durante mucho tiempo, sin embargo, conforme las instituciones maduraron al punto de empezar a ser generadoras de conocimiento y por lo tanto universidades en el contexto moderno, se dio la necesidad de que las personas se prepararan a niveles más altos y obtuvieran las habilidades para una docencia más sofisticada asociada a producir conocimiento.

Ahora era necesario prepararse más. Para quienes conocían el esquema anterior esto significaba intentar “agarrar unas horas” para luego “seguir estudiando”. Así, muchas personas conseguían empleo en las universidades y luego continuaban con su formación. De alguna manera primero se “aseguraban” de tener algo «seguro», y luego se preparaban. Existe de todo en este esquema, pero algo que sucede con bastante frecuencia es que los posgrados realizados bajo este esquema no “rinden igual”. De manera sucinta y sin mucho rodeo: si en un doctorado no se dedica el 100% del tiempo, probablemente no es muy bueno.

Cuando empieza a surgir el fenómeno de que existen personas que deciden primero formarse y luego buscar la oportunidad en una universidad, se empieza a generar un poco de confusión al interior de nuestras instituciones. De repente, personas que nunca estuvieron asociadas a una universidad, participan en convocatorias de plazas y llegan ya formadas con el más alto nivel (que en otros lugares es el mínimo necesario). Durante su preparación, aún cuando pudieron haber tenido la intención de trabajar en algún lugar específico, no sabían dónde exactamente encontrarían un trabajo permanente. Para quienes esperaban adquirir una plaza por haber seguido el camino “viejo” y simplemente tener antigüedad, les sorprendía que alguien de repente llegara “sin haber hecho nada” y ganado el concurso. Claro que era difícil entender que no era verdad que no había “hecho nada” sino que había hecho mucho, mucho más de lo que pudiera imaginarse, solo que no lo había hecho con un «lugar» asegurado. Este tipo de confusiones, aunados a veces al confort, la resistencia al cambio, y muchas veces a mediocridad, han generado toda una serie de interesantes anécdotas a lo largo de las últimas décadas y a lo largo y ancho del país. Ojalá alguien que lea esto y quiera compartir su experiencia lo haga en los comentarios a esta entrada.

Muchas de estas anécdotas resultan ser difíciles para quienes se forman bien primero, y luego intentan conseguir un trabajo. Y aún así, para quienes se forman y compiten en sistemas abiertos, esta situación de no estar – ni intentar estar – vinculado a una institución cuando aún no se tiene la formación, que seguramente se puede describir como de «incertidumbre», es la cosa más normal, es más, es un ingrediente esencial para que el proceso de crecimiento y desarrollo universitario pueda ser limpio y transparente.


Rudos vs. Técnicos

enero 24, 2019

De repente resulta – nos dicen – que la comunidad científica está dividida en dos grupos muy diferentes. Por un lado – dicen – se encuentran aquellas personas de ciencia que se han corrompido a raíz de los intereses económicos y malvados del mundo, y que han entregado su trabajo, talento y tiempo a enriquecer (y al parecer enriquecerse) a los poderosos. Estos científicos no tienen ningún interés en la sociedad y los problemas que aquejan a la humanidad. Son corruptos y están dispuestos a cualquier cosa por mantener el status quo que les permite vivir cómodamente, sintiéndose superiores a todas las demás personas. En pocas palabras, no tienen ma…
Por otro lado, nos dicen que hay un segundo grupo de personas de ciencia que no solo no se han corrompido por los poderes malvados del mundo, sino que dedican cada segundo de su vida a salvar la humanidad. Se preocupan “de verdad” por las demás personas e intentan resolver los problemas más apremiantes del a civilización. Estas personas entregan su vida a los demás y muchas veces, por ello, sufren – pobrecillas – de marginación y falta de reconocimiento por parte de las manipuladas asociaciones mafiosas de los científicos malvados (los del otro grupo).
Cualquier persona con sentido común, como usted que me lee, sabe que estoy exagerando las posturas descritas arriba (aunque no mucho). Sabe también que como cualquier organización humana, existe en la ciencia una rica diversidad de realidades y por ende comportamientos. Sabe que una simplificación así, burda, solo puede hacerse “seriamente” con un fin cómico o político (que no es lo mismo, pero es igual).
Existen personas corruptas en la ciencia. Existen personas que simulan, que se aprovechan de las deficiencias de los sistemas para salir adelante. Existen timadores profesionales. Hay charlatanes con preparación que buscan la manera de obtener beneficios “jugando” con el sistema. Pero no son mayoría y no representan un grupo significativo de la comunidad científica, ni en el mundo, ni en México.
Lo que sí representa de manera significativa a la comunidad científica mexicana es un esfuerzo permanente por contribuir, en todas las áreas, a pesar de una realidad difícil para dicha tarea. En la comunidad científica mexicana existen varios grupos con características distintas, obviamente y uno de ellos, significativo, está conformado por personas que aportan su trabajo y dedicación para que la ciencia y la educación avancen. Algunas de ellas, pro ejemplo, apoyan económicamente a sus estudiantes. Hay personas que van a lugares del país donde la actividad científica es precaria e intentan por todos los medios de incentivarla, de protegerla. Existen aquellas que, formadas en el extranjero, sin apoyo económico mexicano, buscan regresar a su país para intentar aportar un poco. Existen las que habiendo sido apoyadas por recursos del país, dentro y fuera, regresan para contribuir y retribuir. Existen las que deciden quedarse fuera de las fronteras físicas del país y contribuyen a México desde donde se encuentran. Existen quienes, aunque desearon (desean) regresar al país, no encontraron el lugar y/o situación que les permitiera hacerlo de manera productiva. Existen personas así en todas las áreas del conocimiento.
Como ven, no es verdad que las personas de ciencia se hagan guajes y no quieran trabajar por los demás. En la realidad científica de México lo común es todo lo contrario. Lo común es que esté formada por personas que les mueve la pasión del conocimiento y el desarrollo de la humanidad, lo que incluye su terruño. Recordemos que el aporte de la ciencia a la sociedad ocurre cuando esta se hace con sustento y calidad, independientemente del área. Así entonces, si alguien habla de que hay malos vs buenos, y que los científicos deberían enfocarse en este o aquel tipo de problemas para mostrar que sí tienen interés en la sociedad, tengamos la certeza de que se está hablando desde la ignorancia o desde una plataforma ideológica.


¿En las mismas?

enero 18, 2019

Nuevo año, al parecer misma situación. En las administraciones pasadas, la ciencia nunca fue un eje central de desarrollo. Esto se vio siempre reflejado en los bajos presupuestos y la ausencia de un verdadero plan de desarrollo nacional que incorporara a la ciencia como uno de sus pilares para el progreso social y económico. Hubo algunos momentos en que los presupuestos subieron, pero sin mucha idea ni planeación (en el mejor de los casos) y por ende fueron, con excepciones, desperdiciados o mal aprovechados. Uno de los rubros en donde esto se dio de manera significativa es el que está asociado a la inversión para la supuesta innovación tecnológica, en donde lejos de apoyar a una incipiente comunidad que cuenta con la calidad y el sustento, se desperdiciaron recursos en una cantidad importante de proyectos verdaderamente ridículos y/o de pura “pantalla”. Y claro, parte del problema es que para lograr un esquema de innovación tecnológica sustentada en la ciencia se requiere de mucho más que las ganas y las intenciones.

La ciencia básica, en todas sus vertientes, fue la sacrificada. Encapsulados en su “discurso” de que lo importante es generar investigaciones que “sí sirvan”, la ciencia básica fue encajonada como algo superfluo, algo irrelevante. ¡Cuánta ignorancia mostraron!

Hoy parece que en el fondo seguimos igual. Con la reciente noticia de que la nueva administración no solo no incrementa la prometida partida para ciencia en el país, sino que la reduce, queda de manifiesto que seguiremos estando en una situación de marginación científica a nivel nacional e internacional. Una posible diferencia con respecto a las administraciones anteriores radica en la posibilidad de que se manejen los recursos con mayor transparencia y que, los programas a los que aludí arriba, sean llevados a cabo con más escrutinio o incluso cancelados (¿transformados?). El problema es que no queda claro cuál es el plan de desarrollo y las ideas generales que se mencionan, ya que sin un sustento claro, parecen más discursos de carácter político ideológico que de carácter técnico, en un área donde lo técnico es lo que debería regir.

La verdad puedo concebir (quisiera) que aun sea pronto para que haya claridad en cuanto a las ideas que regirán la administración de la ciencia en México, y que con un poco más de tiempo nos den un plan más elaborado y sustentado, sin embargo, en realidad, no importa mucho. Sin una inversión decidida y sin que el proyecto de nación tenga una gesta que incluya a la ciencia (y el desarrollo científico) como ingrediente básico, de poco servirá el “discursillo” que le podamos poner a las intenciones.

En las últimas décadas, a pesar de la nula importancia que los gobiernos mexicanos dieron a la ciencia, la comunidad científica ha logrado permanecer viva y hacer cosas interesantes. Cada vez hay más ciencia en la universidades estatales, lo que hace apenas treinta años era rarísimo, y lo que ha requerido de esfuerzos muy loables por parte de muchas personas que se han dedicado no solo a sus investigaciones, sino a formar estructuras, grupos e infraestructura, poniendo de sus propios recursos, y en un ambiente a veces hostil. Ambientes en donde pudieron ser percibidas como innecesarias y/o “fuera de lugar”.

Gracias a esas personas, la ciencia en el país (a lo largo y ancho) existe a pesar de todo. Gracias a ellas, la formación de nuevas personas de ciencia junto con una (si se quiere incipiente) presencia en la ciencia internacional (porque no hay de otra) ha venido avanzando poco a poco. Gracias a ellas, independientemente de que al parecer nos estamos perdiendo de una oportunidad histórica para aportar con sustento al bienestar y desarrollo social sistemático, seguiremos avanzando, aunque sea poco a poco. ¡Feliz año!