Uno de los temas más candentes en la frontera del conocimiento científico consiste en entender y determinar qué es la “materia oscura”. Ya encontraré un espacio para describir de qué trata ese tema. Hoy quiero aprovechar el espacio para hablar de otra oscuridad.
Es claro que nuestro país pasa por momentos difíciles, oscuros. Y no, no es por el “trompetas”. Como en cualquier arena, cuando hay problemas y situaciones complicadas, tomar decisiones acertadas es muy difícil. Si hay problemas, si no nos sentimos bien, si tenemos desesperación, miedo, incertidumbre, es muy probable que nuestras decisiones no sean muy razonadas. También, colectivamente, si además, de tener una situación compleja y llena de problemas que son difíciles de controlar, no tenemos el mínimo interés en resolver o mejorar la situación general y solo vemos por intereses personales, imaginen qué tipo de “decisiones” podremos tomar. ¿No se pueden imaginar? Qué ta algo como reducir presupuestos a educación, ciencia, salud. Si les suena familiar, de seguro es solo una coincidencia.
Hoy la situación de la ciencia en el país es oscura. Más que oscura, podría decir que el interés que se tiene sobre la ciencia como elemento de cambio por parte de tomadores de decisiones, y quizá también por grandes sectores de la población, es simplemente inexistente. La ciencia en México es una cosilla por ahí, insignificante, inútil e invisible. En el mejor de los casos, pareciera un lujo tonto por el que no debemos preocuparnos, menos cuando hay tantos otros problemas. Sí, es verdad que otros países, esos que rigen el mundo, cuando tienen crisis recurren a invertir en ciencia y educación, pero eso lo hacen ellos, nosotros no, ¿para qué? Sí, es verdad que la inversión de esos países en esos sectores es precisamente lo que les permitió llegar a donde están, pero ¿de verdad queremos eso?
La ciencia en México es materia oscura.
Se debe decir que parte del problema es que a veces nosotros mismos – la comunidad científica – no podemos reconocer que no existimos. Nos cuesta trabajo reconocer que, en realidad, en nuestro país no hay ciencia. Caemos en el juego de que sí hemos avanzado y que “ahí la llevamos”. La verdad, tomando en cuenta el tamaño y riqueza del país: no existimos. Los intentos individuales y de algunos grupos son loables, pero en realidad no existimos. Es importante reconocerlo ya que las estrategias que podamos proponer y llevar a cabo deberán estar sustentadas en la realidad, no en la creencia (o enorme deseo o descarada simulación) de que las cosas van “más o menos” bien.
No pretendo dar un análisis profundo en este momento (y espacio). Afortunadamente hay un aspecto que es muy sencillo de identificar como parte del inicio de cualquier estrategia. Primero, una vez reconocido por los científicos actuales, que a nosotros “no nos tocó”, y que como científicos, analicemos y veamos qué podemos hacer para que la situación cambie en el futuro, es muy fácil describir al menos uno de los ingredientes primarios, fundamentales, imprescindibles de cualquier estrategia: para hacer una diferencia, para ser escuchados, para obligar el cambio (ya que no vendrá de otro lado, sino de la presión que nosotros podamos ejercer), es necesaria una verdadera “masa crítica”. Aunque no haya dinero, aunque nadie quiera contratar, aunque signifique sacrificar generaciones, aunque parezca que no tenga sentido, necesitamos incrementar el número de científicos por al menos un factor de diez. Necesitamos empezar a producir licenciaturas que produzcan personas de mucha calidad en las áreas básicas. Por montones que vayan a doctorarse a los mejores lugares y luego, así, en unos diez, quince o veinte años, el sistema colapsará y no habrá de otra. Desgraciadamente solo así forzaremos a que se nos escuche.