Emoción e ingenuidad

Estaba distraído recordando el anuncio de hace ya tiempo de que Marte tiene agua líquida. Es sensacional. Por un lado debe impresionarnos la capacidad de encontrar algo así y por el otro, la existencia de agua líquida en Marte da pie a que las posibilidades de encontrar vida ahí sean mayores.

Para la mayoría será una noticia interesante por un rato y, junto con las preocupaciones cotidianas y la información recibida durante la semana, pronto será abandonada en el olvido. Quizá si en unos años vuelvan a salir noticias sobre Marte, entonces recordemos que habíamos escuchado algo sobre agua y peces en Marte, o algo así, no importa demasiado; además “está tan lejos, ¿a quién le importa? Deberían buscar agua aquí pa’los que no tienen”.

A mí me emociona. El saber más sobre un planeta me emociona. Me emociona enterarme de que se sabe más sobre cualquier cosa. Saber es muy difícil. Saber requiere de mucho esfuerzo y creatividad. Se requiere comprobación, comprobación y luego más comprobación. Se invierte una cantidad formidable de pensamiento, trabajo e ingenio para que así, lentamente, se vayan descubriendo los velos de la naturaleza. Y aún así, a veces se comenten errores. No le sorprenda sentirse “traicionado” por la ciencia y esos científicos controladores de la verdad, cuando vuelva a leer en las noticias “siempre no, se equivocaron, no había agua en Marte.” “Ya ves, es todo un complot.” Esa noticia tendrá un poco más te atención en los medios y durará un poquito más en el colectivo.

Y entonces me emociona. Me emociona más el pensar en todo lo que ha tenido que suceder para que seamos capaces de saber si Marte tiene agua: el conglomerado de conocimientos, técnicas, suposiciones, investigaciones, peleas, consensos, etcétera, que tuvieron que darse pie para que un día lográramos desarrollar los equipos y aparatos que luego nos dieran esa información.

Ahora, lo que me emociona y sorprende aún más, es que existan lugares donde los científicos hayan logrado convencer a sus sociedades de que invirtieran en esos proyectos. Me sorprende no porque no haya elementos para hacerlo, esos los conozco y los comparto a plenitud, sino porque ello implica un conocimiento de cultura científica por parte no solo de la sociedad, sino de los gobernantes. No me lo imagino fácil, de ninguna manera, pero es agradable saber que sí se puede. Es agradable saber que hay lugares en donde se aplica una de las más importantes claves del desarrollo: cuando no se es experto en algo, se pueden tomar decisiones basadas en las recomendaciones de expertos.

Ese es un aprendizaje y conducta de gran relevancia para el avance de la humanidad. Recordemos que durante mucho tiempo no fue así. Las decisiones estaban basadas en rumores y experiencia, en el mejor de los casos, y en simples caprichos u ocurrencias de los poderosos en el peor de ellos. El avance y supervivencia de las sociedades dependían de ¡la suerte de tener líderes con mucha suerte!

Ahora también, también tenemos que tener suerte de que los líderes sean personas capaces, no solo de escuchar, sino de discernir de entre las muchas voces, aquellas que sí saben de lo que hablan. Sin embargo, aún cuando a veces parece muy difícil, ello ocurre con mucha mayor frecuencia que antes. El reto, para los científicos de lugares donde eso no ocurre, es seguir avanzando en lograr la confianza tanto de la sociedad, como de las personas que lideran esas sociedades. Mientras no logremos entablar lazos de confianza y trabajo, estaremos desaprovechando la poderosa herramienta del conocimiento y la oportunidad de mejorar nuestro entorno social y natural.

 

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