¿Cómo evaluar? ¿Cómo examinar? Estoy sentado en el escritorio al frente del salón de clase. Tengo frente a mí a un grupo de estudiantes realizando un examen de uno de mis cursos de licenciatura, uno de mis favoritos. Al verlos me pongo a pensar y recordar cuando yo estaba de ese lado. La verdad, lo recuerdo con gusto. Las sensaciones de expectativa, el proceso de cortejo previo cuando estaba tratando de pensar cómo sería el examen. Desde luego que tuve de exámenes a exámenes, y los hubo aburridos, torpes, regulares y excelentes. También una parte interesante del “feeling” era su relevancia. Había exámenes bastante intrascendentes mientras que había otros por los que había esperado – e invertido – desde años. Recuerdo particularmente mis exámenes generales, los que se hacen en el posgrado para obtener la candidatura al doctorado: esos los había estado soñando desde que iba la mitad de mi licenciatura.
Como profesor y evaluador me he tenido que preguntar muchas veces cómo evaluar, cómo calificar. Esto ya que seguramente no hay una manera única de evaluar a las personas que tuvieron la enorme suerte de escucharme durante el semestre. Al principio, en mis primeros intentos de curso, recuerdo que me resultaba muy complicado realizarlo. Prácticamente cualquier cosa que se me ocurría se me hacía injusta. No encontraba la manera de poder hacerlo sin sentir que no funcionaba para alguien, que no cubría todos los aspectos, que no era útil. Me preocupaba muchísimo la idea de que no podía evaluar igual a todas las personas e incluso llegaba a cuestionar el valor y principio mismo de la “evaluación”.
Afortunadamente solo fue un lapsus – muy corto. Me di cuenta de que si bien no todo lo que se ha hecho en la tradición educativa universitaria (del primer mundo) en los últimos siglos es vigente, y afortunadamente se han logrado avances significativos en muchos hábitos y métodos educativos, el proceso de evaluación “rígido” y temible de los exámenes ha funcionado muy bien. Sé que hay muchas personas que no lo ven así y que sobran argumentos para explicar lo absolutista y limitado de ese enfoque. Sé que se percibe a las evaluaciones “tradicionales” como las culpables (absolutas) del fracaso de muchas personas en el ambiente educativo. Sé que podemos sentir que fueron los exámenes y/o quienes nos evaluaron quienes terminaron con nuestras oportunidades. Quiero obviar – por favor – el caso desgraciadamente muy común de que en efecto la persona que estuvo a cargo de preparar la evaluación (y los cursos) haya sido mediocre, ignorante, malvada, incapaz y/o frustrada, y que en efecto sus “evaluaciones” hayan sido terribles e injustas. Quiero obviarlo no porque no sea importante, lo es, sino porque eso no es un argumento para desechar el concepto de evaluación a través de un examen, no es un argumento para desechar el concepto de calificar, de decidir si una persona sabe hacer algo o no, sin que el resultado hable de las calidades humanas de la misma. Me convencí y cada vez estoy más convencido de que los exámenes (en donde uno demuestra que sí sabe) son irreemplazables. Entonces, me dí cuenta de que el problema está en otro lado, no en la evaluación. La evaluación es necesaria. Es indispensable. ¿Y entonces?
Si quien imparte clase tiene vocación, preparación y nivel, debe tener libertad absoluta para programar, dirigir y evaluar. Ahora, ¿cómo garantizar que quienes estamos como responsables de formar estudiantes sí tenemos vocación, preparación y nivel? Considerando las condiciones laborales y salariales en nuestro país, en todos los niveles educativos (con sus respectivas diferencias y necesidades), es verdaderamente casi un milagro (que obvio, no existen) que de repente se encuentre uno con una persona con esos ingredientes. ESE es el problema.
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Reblogueó esto en #HablemosDeCienciay comentado:
«Afortunadamente solo fue un lapsus – muy corto. Me di cuenta de que si bien no todo lo que se ha hecho en la tradición educativa universitaria (del primer mundo) en los últimos siglos es vigente, y afortunadamente se han logrado avances significativos en muchos hábitos y métodos educativos, el proceso de evaluación “rígido” y temible de los exámenes ha funcionado muy bien.»
Quizá soy muy joven para conocer el espectro de opciones a la hora de evaluar, asi como cuáles son los que funcionan mejor, pero es algo que en la licenciatura discutíamos mucho mis amigos y yo. ¿Cuál es el balance perfecto para evaluar a los estudiantes?, ¿»take-home exams»?, ¿ensayos?, ¿exámenes de una hora?, ¿proyectos finales?, ¿ejercicios?, ¿una combinación especial?
Me incomodaba mucho pensar que los exámenes intensos y de duración corta probaban principalmente qué tan rápido piensas y meditas los problemas, lo cual chocaba con lo que me imaginaba era ser un físico o física; alguien que no necesariamente debe tener los resultados súper rápido o tener una respuesta bien pensada en poco tiempo, donde además tienes acceso a todo el acervo de información en todo momento.
La combinación que encontré funcionaba mejor (en mi caso en particular) era un coctel de varios enfoques: ensayos, examen a libro abierto de varias horas, y exámenes cortos, principalmente para la destreza matemática.