No soy de marchas. No me parecen mala idea, no estoy en contra de ellas, pero no soy de marchas. Recuerdo haber participado solo en una, a mediados de los 90. En aquella ocasión, debido al fortísimo golpe a la economía nacional, la situación de todos sufrió de manera estrepitosa (no era la primera vez, ni la última, pero sí la primera que me agarraba en edad de entender algo). Algunas personas cercanas a mí organizaron una marcha de duelo por la muerte del poder adquisitivo. Fui, marché. Me sentí bien. Compartir con las personas, caminar con ellas, gritar, exigir, sentir por un momento que estaba haciendo algo. Todo fue agradable. Sin embargo, al pasar la euforia y los días, no pude dejar de seguir pensando sobre lo que sentí y logré. Llegué a la conclusión – personal, íntima, ingenua – de que solo había logrado una cosa: sentir que había hecho algo. Lo interpreté, con la ingenuidad e inexperiencia de la edad, como algo malo. Sentí que me estaba engañando a mí mismo y a toda la sociedad. Sentí que era “simplemente” una válvula de escape para que “yo” me sintiera mejor. No me gustó (con el tiempo mi sentir ha cambiado. Entiendo perfectamente que hay “de marchas a marchas” y que algunas son indispensables).
Luego, ante la inquietud intelectual de sentirme inútil a la sociedad, volví a diseñar una salida. Me convencí de que los cambios, si es que son posibles, se logran poco a poco y de manera acotada. Que lo importante era encontrar la manera particular en la que cada quien, con sus habilidades y posibles talentos, se enfocara en lograr lo más posible para así, con fundamento, ayudar (poquito) a la sociedad. La verdad es que lo que impulsó esta salida fue un sentimiento inmenso de impotencia. Un reconocimiento de que el problema era tan grande, y yo tan insignificante, que sería imposible hacer nada. Fue una mentira piadosa.
Por otra parte, algo que ayudó a mi mentira, fue el percatarme de que un número importante de las personas que lideraban (al menos en mi experiencia) manifestaciones y marchas, que desde “pequeñas” les interesaban las actividades politicoides (no políticas) y que se rasgaban vestiduras constantemente con los temas más apremiantes, siempre, o casi siempre, terminaban aprovechando la situación para sus intereses personales. Además les faltaba el sustento. Sus “ideas” y “convicciones” se moldeaban convenientemente con el momento y la situación. Claro que estoy generalizando, pero no me equivoco demasiado. Así que eso también me ayudó a tranquilizar mis demonios.
Como dije antes, con el tiempo también me he dado cuenta de que este tipo de acciones y participación sí pueden generar cambios. Sí existen movimientos genuinos y con gran potencial de impacto. No es fácil, no es la única manera, pero es posible.
Ayer se llevó a cabo la marcha por la ciencia en muchas partes del mundo. Esto surgió como respuesta a la situación que se empieza a vivir con la nueva administración de los gringos, sin embargo, al ser mundial, diferentes países y sectores tuvieron diferentes razones para manifestarse. Entre los temas centrales se encuentran la libertad de investigación y el dinero, el sucio dinero. En varias modalidades y problemáticas, en el fondo, mucho se reduce al tema del financiamiento. México no está exento. Tenemos fuertes problemáticas en referencia a la ciencia. El problema no es nuevo pero cada vez es más evidente y, aprovechando que todo mundo se organizó, muchas personas de ciencia en nuestro país participaron. Creo que fue una excelente idea, espero que contribuya a un plan que contenga propuestas y acciones realistas y fundamentadas, que nos lleven a mejorar, poco a poco, con sentido y dirección, la realidad de la ciencia y la educación del país. Si se logra, lo demás caerá solito.