Yes, …. no

Cuando empezaba mis estudios de licenciatura, recuerdo la sensación – fuerte, casi estomacal –  de participar en alguna reunión de física a la que asistían personas de varias partes del mundo, algunas muy famosas y conocidas en el medio, y en donde yo no entendía mucho porque simplemente no hablaba inglés. Recuerdo la sensación de estar y no estar. De querer pasar por desapercibido y no lograrlo, ya que se tenía que llegar la hora de la comida y me tocaba compartir la mesa con cinco o seis personas, en ese momento desconocidas, de las cuales ninguna conocía el castellano.

No era importante ni relevante en ese momento el poder comunicar mis ideas o mis dudas, lo imperativo era poder sobrevivir el día sin lucir (ante mí mismo, desde luego) como un idiota. El miedo a quedar mal, a no saber qué ni cómo responder porque ni siquiera entendí bien la pregunta. El tener que adivinar cómo menear la cabeza y ver los ojos de quien preguntó para intentar corregir el meneo y que en lugar de ser un “no” sea un “yes”. Hacerlo en un ambiente intelectualmente competitivo y en el que se “juzga” a las personas por sus habilidades mentales, lógicas y de comunicación eficiente. Es difícil describir las sensaciones, así que pido se las imaginen.

Con el tiempo y el trabajo se solventa todo, siempre (y no es una frase barata de Coelho, esto sí es cierto). Eventualmente no solo logré desenvolverme en ese idioma, sino que también entendí lo que era verdaderamente importante y cómo, aún sin haber podido comunicarme como yo hubiese querido, desde esas primeras aventuras, las personas que escuchaban mis gemidos y angustias, lograban determinar mi capacidad y pasión a pesar de todo.

Recientemente volví a experimentar esa sensación pero de una manera diferente y muy interesante. Hace poco visité Fermilab, un laboratorio nacional gringo ubicado en Batavia, Illinois, en el que se lleva a cabo investigación básica de altas energías. Ahí, desde su creación hace 50 años, se han descubierto varias partículas y se ha desarrollado una gran cantidad de tecnología que se aplica en muchas áreas de ingeniería, salud, agricultura y comunicaciones. Es un laboratorio del Departamento de Energía de los gringos que está enfocado a ciencia básica y en el que colaboran miles de personas dedicadas a la ciencia en todo el mundo. Durante la visita asistí a un congreso y de repente, sin pensarlo, me encontré comiendo con un grupo de colegas. Estábamos platicando, bromeando, compartiendo y compitiendo (siempre, amigable y despiadadamente). Lo peculiar es que lo hacíamos en castellano. Luego, casi sin querer, me percato de que uno de mis colegas estaba muy callado y ausente; parecía ensimismado. Miraba de reojo a algunos de nosotros en ciertos momentos como queriendo arrebatar algo de información para buscar contexto. Evidentemente él no habla castellano.

Recordé ese sentimiento de no pertenencia, de sentirme impotente, invisible. Claro que no creo que haya sentido lo mismo por dos sencillas razones. Una: es un científico muy reconocido y con un puesto muy importante dentro del laboratorio. Probablemente hasta contento estaba de pasar inadvertido por un momento y así lograr pensar tranquilamente en sus ideas mientras el resto platicábamos. En segundo lugar, y esto es lo más relevante, él no necesita el castellano para sobrevivir, sabe que en cualquier momento nos cambiamos al inglés si es necesario.

A mí en el fondo me dio mucho gusto la situación. No porque él no entendiera, sino porque dentro de ese escenario, sin planearlo y de repente, ya es común que haya un grupo de personas, científicas de varios países latinoamericanos, discutiendo y trabajando; algo que no sucedía hace apenas veinte años.

 

Deja un comentario