Nos sentimos especiales. Desde las primeras ideas que tuvimos para tratar de explicar nuestro entorno, siempre, de manera natural, inmediata, nos hemos puesto en el centro. Es una cuestión automática, no lo hacemos de maneara consciente. Tomó mucho tiempo, y varios “muertitos”, para que aceptáramos que nuestro planeta no era el centro del universo y que, en realidad, gira alrededor del Sol. Sin embargo, cuando se propuso esa idea, que efectivamente trastocó todos los paradigmas anteriores (todos, incluyendo los políticos, sociales y religiosos, no solo los filosóficos y científicos), se cayó en el mismo “error” de manera automática. Se supuso, sin mucha necesidad de cuestionamiento, que el Sol sería el centro del universo. Si no somos nosotros, ¡sí es “nuestro” Sol! Y pues no, ni la galaxia, ni el grupo local de galaxias, ni el cúmulo de galaxias, ni el super-cúmulo, …
Es maravilloso, somos muy egocéntricos. Yo creo (no tengo la más mínima evidencia) que debe ser algo que nos ha ayudado a sobrevivir, a pesar de ser animales extremadamente sociales y colectivos. Creo que ese egocentrismo es de alguna manera – a primera vista muy contradictoria – el “pegamento” que nos mantiene unidos. Pero no me haga caso, eso simplemente lo creo, y lo que creemos no nos debe importar mucho, solo lo que podamos evidenciar.
En fin, que no somos nada especiales. Y aún así, nos sentimos muy especiales. Seguramente sí somos considerados como muy especiales para algunas personas cercanas a nosotros. A lo mejor alguien que me lee sienta que es muy especial para su ciudad, su estado, su país. Habrá también quien sienta que somos lo mejor y más importante de todo.
Entonces, ¿a quién le importa si somos especiales o no para “el universo”? Seguramente somos muy especiales como seres humanos, en este planeta, para la historia de la humanidad. Seguramente somos importantes.
Estimaciones realizados por el Population Reference Bureau indican que en toda la historia de la humanidad han existido alrededor de 108,200 millones de humanos. En este momento existimos por ahí de 7,500 millones de personas en el planeta. Eso nos dice que en este momento estamos vivos como el 7% de todos los humanos que han existido. Todos (la mayoría, en la que desde luego me incluyo) podemos pensar que somos especiales a nivel individual. Vamos, algunos hasta indispensables se han de sentir (si pensó en algún político, no es casualidad).
Es difícil aceptar que no somos especiales y no puedo dejar de pensar que tengamos algo de especial, ni modo. Lo que se me ocurre es ver qué hemos logrado como humanidad y me doy cuenta de que lo único que puedo considerar especial – valioso – es lo que se ha logrado colectivamente. Me queda claro que lo que se ha hecho en algún momento de la historia, que luego haya servido de algo para otras personas en el futuro, ha sido el conocimiento y el arte generado por grupos de individuos, de manera colectiva. Hay algunos individuos que guardamos en el mito, tratando de perpetuar la idea de que sí somos muy importantes como individuos, pero en realidad no han sido esenciales: siempre han sido un logros colectivos.
Entonces concluyo que somos especiales como grupo, no como individuos. Y luego recuerdo que en términos de biomasa, es decir, de la cantidad de materia orgánica, somos iguales a las hormigas. En otras palabras, en kilogramos de humano y de hormiga, somos iguales en este momento (lo que implica que hay muchas hormigas más que humanos). Me pregunto si las hormigas son especiales colectivamente. Me pregunto si habrá algo especial. Es claro que no, por eso necesitamos creerlo. Fascinante.