Prácticamente siempre estamos equivocados. Tenemos una facilidad asombrosa para engañarnos e inventar cosas que de verdad, casi siempre nos equivocamos. En la ciencia, también, casi siempre nos equivocamos. Es posible que la idea que se tiene de la ciencia es que siempre dice tener la razón y que la ciencia no se equivoca. Es curioso que en realidad la situación sea dramáticamente opuesta.
Ante cualquier duda, ante cualquier interrogación, todos desarrollamos una explicación. De diferentes niveles y profundidades pero nuestro cerebro intenta dar respuesta. Casi siempre se equivoca. De hecho, nuestro cerebro es tan terco en querer explicar las cosas que muchas veces nos obliga a ver, escuchar, sentir cosas que en realidad no suceden. Lo hace para que sus propias explicaciones sean validadas.
Así, cuando un científico trata de explicar y de entender algún fenómeno, de la misma manera, produce ideas que prácticamente siempre están equivocadas. Intenta describir el fenómeno y rápidamente se da cuenta de que lo que se imaginó a primera instancia en realidad no funciona. Luego se le ocurre alguna otra cosa. Y lo mismo, resultado negativo. Luego otra y otra y otra. La diferencia crucial con el científico es que intentará por todos los medios disponibles de verificar si la idea original – modificada muchas veces por su misma insuficiencia ante la realidad – es correcta o no. O si al menos se acerca un poco.
Y como todas las personas, científicas o no, el investigador muchas veces se engaña a sí mismo. Muchas veces no quiere renunciar a su idea, incluso cuando la evidencia apunta en otra dirección. El investigador, el individuo, científico o no, no deja de ser humano y de tener preferencias, dogmas, inseguridades. Lo interesante de la ciencia es que a través de su método, elimina estas deficiencias y requiere de la confirmación de muchos otros. Es precisamente así, bajo la confirmación y escrutinio de muchas personas diferentes e incluso épocas diferentes, que la ciencia avanza. Los conocimientos científicos nunca son absolutos, siempre van adaptándose a nuevas y cada vez más precisas observaciones. La verdad científica crece y se mejora. Una posible manera de decir cómo es que avanzamos en la ciencia es la siguiente: dada una idea, una teoría sobre algún aspecto de la naturaleza, todos intentamos romperla. Intentamos destrozarla. Buscamos el lugar en el que falla, en el que no se aplica, en el que no es válida. En cuanto alguien dice tener una verdad, el resto se empecina en demostrar que no, que está equivocado. Por eso, cuando se dice que algo es científicamente comprobado o avalado, lo consideramos robusto y poderoso: se ha intentado derribarlo por todos los medios disponibles (y se seguirá haciendo) y no se ha logrado. Si no representa una verdad ¡seguramente anda cerca! Para avanzar es necesario poder decir: “estás equivocado.”
También por eso es que los científicos, al encontrarnos ante aseveraciones sobre fenómenos que evidentemente violan las leyes descubiertas, reaccionamos con incredulidad y escepticismo de manera inmediata. Cuando se nos dice que existen fenómenos que claramente violarían las verdades científicas conocidas, resulta evidente que se trata de alguna confusión o de alguna charlatanería. No es porque no queramos que así sea. No es porque creamos que las verdades científicas sean sagradas. No. Lo que pasa es que nosotros mismos nos dedicamos a tratar de violarlas y romperlas. De estirarlas hasta donde se revienten. Sabemos que no son absolutas y además aprendimos que destruyéndolas es como aprendemos más. Así que si las violaciones burdas, grandes y obscenas que a veces nos dicen ocurren de verdad existieran, no sería muy difícil verificarlas.
No somos defensores de verdades. No nos dedicamos a cuidar que nuestras verdades sean acatadas ni aceptadas. Nos dedicamos a intentar describir y entender la naturaleza. Hemos obtenido algunas ideas muy bonitas sobre cómo funciona la naturaleza. Las analizamos, las extendemos, las rompemos. Conforme conocemos más, somos capaces de generar nuevas maneras de explorar (en un proceso auto-generativo): construimos mejores instrumentos para nuestros experimentos, con mejor tecnología que nos permite observar nuevos aspectos antes desconocidos, con eso aprendemos más y así sucesivamente. Al ser humanos tenemos bandos, grupos, escuelas. Nos peleamos. Algunos podemos morir aferrados a nuestra idea. Pueden pasar generaciones enteras en dilemas y confusiones y aun así, ya que la mayoría de los involucrados se mueran, sobrevivirá la idea, si es que la había, que más se haya acercado a la realidad. Lo demás quedará en el olvido o, si tiene suerte (el individuo), podrá suscitar algún trabajo de carácter histórico, nada más.
Como diría Santiago Ramón y Cajal cuando en una reunión social alguien le preguntó “¿qué tal querido Cajal, qué verdad encontró hoy?” a lo que él amablemente respondió: “Ninguna. Las verdades son difíciles de encontrar, si no, no se les buscaría tanto.”