Hagamos un experimento “pensado” o “mental”: diluyamos en agua una substancia tóxica para el ser humano, o incluso letal, no importa. La diluimos por un factor de 100, es decir, ponemos 99 partes de agua por cada parte de nuestra substancia. Agitamos vigorosamente nuestro recipiente y separamos una muestra. Repetimos el proceso: agregamos 99 veces más agua, mezclamos, separamos una muestra y volvemos a repetir. Podemos repetir las veces que queramos (dependiendo del tiempo libre que tengamos para hacer esto antes de que comience la telenovela), digamos unas 20. Una vez finalizado el proceso nos tomamos el agua. ¿Qué pasa? Aparte de quitarnos la sed, no pasa nada. Simplemente tomamos agua. ¿Por qué? Pues porque prácticamente no quedó ninguna molécula de la substancia peligrosa. En cada paso del proceso que acabamos de describir hemos reducido el número de moléculas de la substancia peligrosa en factores de 100, terminando con un número de moléculas determinado multiplicando la cantidad inicial por 0.0000000000000000000000000000000000000001 (39 ceros y un 1 después del punto), es decir, ninguna.
Hay quienes afirman que de esa manera se pueden crear medicamentos que pueden curar prácticamente cualquier malestar y/o enfermedad. Confrontados con lo ridículo del procedimiento, casi siempre recurren a una hipótesis aún más ridícula: lo que pasa es que el agua “tiene memoria”.
Hay dos cosas sumamente interesantes con ese enunciado. La primera es que sí es verdad que el agua tiene memoria, solo que a diferencia de lo que estos timadores acostumbran hacer, que es hablar por hablar, los científicos han verificado esa memoria y han descubierto que en el agua líquida dura alrededor de 50 millonésimas de nanosegundo, es decir, 0.00000000000005 segundos. Si alguien cree que el proceso de preparación y aplicación del milagroso medicamento puede llevarse a cabo en ese tiempo, creo que entonces sí necesita una dosis de esa substancia (sin diluir). La segunda cosa interesante del argumento es que si fuera cierto, es decir, si el agua fuera capaz de retener memoria de las substancias con las que ha interaccionado, la verdad no creo que me atrevería a volver a dar un trago de agua. Imagínense, queridos lectores y lectoras, dónde ha andado el agua obteniendo “memoria” antes de llegar a nuestra boca, ¡huácala!
¿Y entonces? ¿Acaso no escuchamos por todos lados que estas medicinas funcionan? ¿Cuántas anécdotas no hemos escuchado de su eficacia y suma benevolencia? ¿No será que en realidad queremos esconder la verdad detrás de un complot científico para que nadie se cure y así las grandes y nefastas compañías farmacéuticas (las que venden medicinas, no las que venden agua milagrosa, desde luego) se vean beneficiadas? ¿No? ¿Entonces?
Existen varios factores que nos permiten entenderlo. Primero, y en mi opinión el más importante, el cuerpo humano es capaz de repararse por sí mismo de manera impresionante. Ante los malestares más comunes, el reposo y una buena alimentación, junto con paciencia, son infalibles. Por otro lado, cuando adquirimos una enfermedad más seria, que requiere de ayuda externa, los medicamentos y tratamientos toman tiempo en surtir efecto (y también surten efectos secundarios, de ello nada ni nadie se salva). Muchas veces esos tratamientos nos cansan, en ocasiones los interrumpimos, sentimos que no funcionan, al menos no tan pronto como quisiéramos. Y luego, después de dejarlos o terminarlos y no sentir una mejora, recurrimos a las gotitas de agua con memoria y adivinen: ¡nos sentimos mejor! A nosotros también se nos borra la memoria de que justo antes (a veces al mismo tiempo) estuvimos medicándonos.
Otra situación común: me dice el médico que no puede darme nada más. Me dio todo lo posible, no me he curado y dice que es todo lo que puede hacer. Solo hay que esperar. Pero no me siento bien, es más, como me dice que ya no puede hacer nada, me deprimo. Me desespero. Me tomo las gotitas milagrosas y me ayudan. Me dan esperanza. ¿Me curan? Ni de chiste, pero me hacen sentir mejor y eso es lo que me importa en este momento. Me calman. Me engaño y eso es bueno.
¿Bueno? En realidad depende. Si soy lo suficientemente ingenuo como para que, dada mi grata experiencia con las gotitas milagrosas, ya no acuda a la medicina científica cuando me vuelva a enfermar, y sobre todo si es algo de verdad serio, pues entonces no es bueno, sino muy peligroso.
Cuando vemos a alguien enfermo y sufriendo es natural querer ayudar. A veces sabemos cómo, pero la mayoría de las veces no. Damos consejos de buena voluntad y eso es muy válido, aunque sería mejor, sobre todo en casos de salud, aconsejar solo cuando de verdad tengamos un conocimiento sobre ello. Si alguien ofrece soluciones demasiado buenas como para ser verdad, dude. Si quiere creer para sentirse mejor, hágalo, pero no sustituya la medicina por soluciones milagrosas. Por otra parte, cuidemos de no caer en manos de individuos sin escrúpulos. El timo a personas enfermas y desesperadas es una actividad vil y reprochable. Desafortunadamente es fácil de hacer. Ante el dolor y el sufrimiento, propio y de seres queridos, nos volvemos vulnerables y susceptibles a todo tipo de engaños y estafas. Un primer paso que puede ayudar a determinar la veracidad de un posible remedio: si se nos asegura que “el tratamiento” no tiene efecto secundario alguno y/o cura una gran variedad de enfermedades, tenga la certeza de que es fraudulento.
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Agüita amarilla…..